Llevamos un primer tramo de verano especialmente entregados al tema simbólico. Aunque sospecho que detrás de la soka-tira de bustos del rey, pitadas al himno, banderas y demás, hay también mucho postureo y mucha cortina de humo tras unas elecciones municipales que, al parecer, han dejado a algunos con la obligación de sacarse la foto del cambio -jodido palabro que en política sirve para todo, de izquierda a derecha, de norte a sur, polisemia ideológica a gogó- y a algunos otros con la necesidad de sacarse la foto del cambio no es el cambio. No me entiendan mal, los gestos están muy bien, incluso son necesarios, pero a veces tengo la impresión de que hay quienes están más preocupados por gestionar su Twitter que por gestionar la institución. Es curioso esto de los símbolos, cómo nos inspiran reverencia u odio, muchas veces sin término medio. No sé si se han enterado de que un cazador furtivo ha matado a Cecil, un magnífico león que era todo un símbolo en Zimbabue. Previo pago de 50.000 dólares y con arco y flecha, un disparo alcanzó al gran felino, que agonizó durante 40 horas. Lo despellejaron y decapitaron. Probablemente su cabeza pronto colgará de alguna pared. Cecil también es un símbolo, lo fue en vida... y lo es con su muerte.
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