Me entra la risa floja cuando oigo a los gobernantes de derechas, que son legión sobre todo en materia fiscal (abunda este espécimen: sujetos conservadores en lo esencial, los ingresos y el gasto públicos, y progresistas en lo social, que está muy bien visto), hablar de los esfuerzos que van a realizar durante su mandato para combatir el fraude y, en la misma frase, considerar, es un ejemplo, que un impuesto a las grandes fortunas espantaría a esas grandes fortunas, cuando si así fuera esas grandes fortunas no merecerían tributar entre nosotros y sí un castigo ejemplar que dañase sus grandes fortunas. El combate al fraude fiscal en boca de un gobernante suele ser el engaño más triste de los últimos años. Primero hay que enseñar a los ciudadanos que aún no lo saben que pagar impuestos es un acto solidario. Después hay que obligar a pagar más, mucho más, a quien más tiene, porque realmente tiene mucho más que los demás; para ello hay que eliminar de la legislación todos los atajos que usan los que tienen mucho más para evitar pagar lo que deben sus multinacionales y empresazas esas de las que los políticos dicen que crean músculo. De esa manera sería imposible que Facebook y Twitter tributaran una mierda por el enorme negocio que generan en España. Pero lo hacen.