El policía ha cumplido con su deber y ha aplicado el protocolo de estos casos. Además, que la víctima sea un niño de 4 años seguramente le hace ser más tajante en la protección de la intimidad del pequeño y su familia. Pero el sacerdote no era un espectador más, sino un servidor con una función tan digna de ser tenida en cuenta como los servicios de seguridad y sanitarios.

Ya sé que en esta sociedad aconfesional, esa imagen del sacerdote asistiendo espiritualmente a las víctimas de una tragedia parece haberse quedado en las películas en blanco y negro, pero las desgracias se repiten y el tema vuelve a estar sobre la mesa. El Ministerio de Justicia ha aceptado una propuesta de la Conferencia Episcopal para elaborar un protocolo de asistencia espiritual en tragedias con un número alto de víctimas para que un sacerdote -imán o pastor- se contemple como parte de los equipos de emergencia para actuar desde el primer momento.

El desgraciado accidente de este niño de Zaramaga me invita a exponer el tema para su debate. Si un sacerdote se persona en el lugar de la tragedia, dejando muy claros los límites de su actuación para no interferir en la labor de los servicios sanitarios o en la investigación policial, habría de ser aceptado como persona cualificada, cuyos servicios pueden ser demandados y agradecidos.

La oración en silencio, en la distancia fijada por el cordón policial, está bien, pero está mejor una presencia identificada, donde el testimonio deje claro que la Iglesia quiere hacerse presente en todos los momentos de la vida. ¿Y si la familia no quiere los servicios espirituales de ningún cura? Pues desde el respeto más escrupuloso, el sacerdote se retiraría. Pero lo que planteo es ofrecer un servicio de urgencias completo.