He leído con atención estos días los artículos que Paul Krugman y Joseph Stiglitz han dedicado a la tragedia griega. Ambos han destacado en el maremágnum por respaldar la posición de Alexis Tsipras y defender el no a las condiciones de la troika. Apuntaba Krugman su impresión de que las condiciones exigidas al Gobierno heleno por UE, FMI y BCE no eran sino una oferta que buscaba obligar a Tsipras a rechazarla, colocarlo entre la espada y la pared y forzarle a renunciar a su cargo o renunciar a los principios políticos que le han llevado a su cargo -que sería tanto como acabar renunciando a su cargo-. No parece descabellado, recordemos la campaña que se marcó Europa hace unos meses pidiendo que los griegos no votaran a Syriza. En esta partida de ajedrez, el Gobierno griego también ha intentado esgrimir sus propias espadas y pared, con el conejo-referéndum que Tsipras se sacó de la chistera que le pone a él a examen ante su ciudadanía, pero con él a Europa, atizando el fantasma del Grexit, de consecuencias imprevisibles pero, como advertía Stiglitz, en cualquier caso peligrosas. Ocurra lo que ocurra, la auténtica convergencia europea es que la tragedia clásica de Sófocles y compañía y las sagas del norte se han encontrado en el siglo XXI en Atenas y Bruselas. Qué cosas...