era un secreto a voces, pero me resistía a creerlo. Se va Fernando San Emeterio y, con él, el último símbolo de la historia moderna del Baskonia. Todavía recuerdo como si fuera ayer el ambiente que viví en el Casco Viejo aquel 15 de junio de 2010 tras el memorable 2+1 anotado por el cántabro en el último segundo de la prórroga ante el Barcelona que le daba la Liga al equipo vitoriano. Las calles se llenaron de gente y de cánticos eufóricos con su nombre como parte principal del estribillo. No había pasado nada igual desde aquel ya mítico ¡dale Ramón! que tantos quebraderos de cabeza le acarreó al pobre Cargol. San Emeterio también era uno de esos, de los nuestros. Había nacido un ídolo al que se le agradecía su constante progresión -cada uno de los siete años vividos en Vitoria ha ofrecido evoluciones en su juego-, su entrega incondicional, su determinación sobre la cancha y su modo de ser cercano que le permitía confraternizar con los aficionados dentro y fuera de la cancha. El año pasado se fue Nocioni -bien que lo ha agradecido el Real Madrid- y ahora se marcha Saneme. No queda en la plantilla nadie más de enganche salvo, quizá, el entrenador Perasovic. Lo malo no es tanto que se vaya como que lo haga, sobre todo, por el mal trato recibido. Así nos va.