La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de aumentar la provisión urgente de liquidez a los bancos griegos en más de 3.000 millones de euros ante la intensificación de la fuga de capitales del país heleno -12.000 millones desde mayo y 2.000 en los últimos tres días- permite posponer la resolución de la crisis griega a la convocatoria de una reunión extraordinaria de los ministros de Finanzas realizada para hoy por Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo. Y que dicha reunión -que se celebrará sólo tres días antes de la cumbre entre los jefes de gobierno- debe ser capaz de diseñar un acuerdo político es tan evidente como las consecuencias de que este no se produzca. La propia gobernadora de la Reserva Federal estadounidense, Janet Yellen, definió claramente el riesgo al afirmar que la salida de Grecia del euro “afectará a las perspectivas económicas europeas y a los mercados financieros globales”, lo que no es sino la advertencia, en palabras políticas muy mesuradas, de que supondría una inflexión comparable a la producida por la quiebra de Lehman Brothers en setiembre de 2008. Sin embargo, ¿es tan urgente el acuerdo? Lo sería si se considera que el próximo 30 de junio Grecia debe cumplir con el pago de más de 1.500 millones de euros al FMI. Y, al mismo tiempo, que debe pagar las pensiones y los salarios públicos y que ese mismo día expira el plazo para negociar un nuevo rescate, condición para que el BCE mantenga la financiación de emergencia de los bancos griegos. Pero no tanto si se atiende a que Grecia tendría aún la opción de asirse a una prórroga de 15 días para satisfacer el pago al FMI y del mismo plazo para declarar el impago oficial. Cosa bien distinta es, en cuanto a la urgencia, que si Grecia no cumple ahora con sus obligaciones, difícilmente lo hará el 20 de julio, fecha en la que debe pagar otros 3.500 millones al BCE, que además debería exigir a Atenas la devolución de sus créditos, vinculados a los del FMI, lo que definitivamente provocaría la quiebra del Estado heleno. Es decir, el riesgo existe y cuanto antes se alcance un acuerdo, menos posibilidades habrá de que las consecuencias de un fracaso se extiendan a otras economías. Por mucho que la UE haya avanzado en la unión bancaria o el BCE cuente con el programa de compra de deuda pública, hay síntomas como para tomar en serio las advertencias de Yellen.