Cuando era pequeño y vivía en la Kutxi, hablar de Errekaleor era como hacerlo de otra ciudad. Vamos, igual que con Abetxuko. Demasiado lejos para patas tan cortas. Con los años, alguna que otra juerga, algún conocido y cosas de trabajo, me han ido llevando allí en no pocas ocasiones. Desde que se empezó a hablar de la necesidad de tirar abajo las casas y volver a empezar, cualquiera con dos dedos de frente en esta ciudad sabía que eran y son muchos los intereses económicos que hay detrás para hacer lo de siempre: echar a los que molestan, poner la cosa en condiciones, vender los edificios nuevos y hacer negocio tanto con los inmuebles como con el suelo y los equipamientos de turno. Pero en esto llegó la crisis e igual que ha pasado en otros casos en Gasteiz, los planes se quedaron congelados. ¿Para qué montar un follón con un desalojo definitivo si luego no puedo seguir con lo previsto? Claro que una cosa es congelado y otra descartado. Porque ahora que algunos profetas ven el final del túnel y que puede que la pasta vuelva a fluir, es hora de retomar el camino. Esto no tiene nada que ver con los okupas, ni con los vecinos, ni con la propia estructuración urbanística presente y futura de la ciudad. Esto, amiguitos, es un negocio.
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