A los seres humanos nos definen nuestros actos. Quizá hayan visto esas imágenes en las que una horda de tipos mazo en ristre carga con furia autómata contra piezas asirias y acadias. Que son ídolos y tal, dicen. La estupidez humana no conoce límites. Ni de fronteras, ni de razas... ni de religión. El ejercicio del Estado Islámico no es nuevo. Cualquier magno dictador y/o genocida de la historia que se precie ha hecho sus pinitos en esto de la destrucción del patrimonio cultural, a menudo acompañada de la contumaz persecución de artistas. Podría parecer que la importancia de destruir patrimonio cultural, como la de censurar o perseguir manifestaciones artísticas, es relativa en comparación con el daño contra la vida humana. Cierto. Pero no perdamos de vista que el arte y la cultura nos definen como seres humanos y destrozarlos a mazazos, con premeditación y alevosía, privando de ello a generaciones futuras, es otro modo de crimen contra la humanidad, menos sangriento, pero de efectos devastadores. “La destrucción del pasado no cambia la historia”, ha declarado la directora de proyectos para Irak y Afganistán del Instituto Drachman. Sí pero no, porque por desgracia el tiempo y el olvido pueden acabar borrando la historia. Los actos definen a las personas, también a los tipos mazo en ristre.