se acercan las elecciones y proliferan las mentiras. Es tan obvio y tan repetido que hay días en los que noto se me va gastando mi capacidad de indignación. Y así transcurren los días y las arengas de los políticos hasta que de pronto surge una trola de esas que pretenden convertirnos en gilipollas. Y me vuelvo a cabrear, claro, que ya se sabe que el estado de hibernación es solo temporal. Y llega el Debate del estado de la Nación y oigo a Rajoy afirmar con orgullo que la crisis es historia pasada y que hay que volver a votarle a él porque nos garantiza un futuro de miel y rosas. Tres millones de empleos en cuatro años prometió todo hinchado después de saberse que en enero el paro había crecido en 113.097 personas y poco antes de confirmarse el excelente dato de febrero: 13.538 desempleados menos. O sea, apenas llevamos dos meses de 2015 y ya son 100.000 parados más que el año pasado. Pero no se preocupen, que si se comparan datos interanuales y, aún diría más, si nos fijamos en la España de la posguerra, esto va como la seda. Y el Ayuntamiento de Vitoria cobra plusvalías a los desahuciados en vez de a los bancos. Y los enfermos de hepatitis C, los que aún viven, se muestran escépticos con las cambiantes promesas de Alonso. ¡Desagradecidos!