Esta semana ha caído otra tienda más en la calle en la que vivo, una de las de toda la vida que ha dicho aquello de hasta aquí hemos llegado. Vas por una acera o por otra y los carteles de se alquila parecen como el camino de baldosas amarillas en busca de Oz. Hasta los indios que abrieron hace poco un negocio de móviles, con inauguración de canapés incluida, han echado el cierre. El que abre, salvo que sea una frutería, no dura más de un año. Seis meses es la media. Y hemos tenido de todo. Comerciantes de una acera que se han ido a la de enfrente porque el alquiler, a pesar de estar en la misma calle y los locales no diferir mucho en cuanto a metros cuadrados, era más barato. Otros con el precinto policial pertinente por desahucio. Otros que, sencillamente, no han aguantado más. Y son bares, tiendas de ropa, agencias de viaje... hay de todo. Así que ahora, cuando unos hablan de que la crisis ya es pasado y otros de planes de rehabilitación elaborados por personas que no salen de su despacho ni por asomo, yo me descojono. Porque todos los días hago el mismo camino de ida y vuelta, pero las persianas siguen bajadas y los carteles no se mueven. Como mucho, se incrementan. Pero claro, de eso es mejor no hablar. Estropea elecciones.
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