los ataques terroristas que tuvieron lugar en París la semana pasada con las trágicas y sangrientas consecuencias de 17 víctimas mortales han tenido, además, otros efectos que por su alta importancia a duras penas cabe calificar de colaterales. En primer lugar, y exista o no causa-efecto o una especie de fenómeno de contagio con los atentados de la capital francesa, lo cierto es que varias policías europeas han detectado otros intentos de ataques terroristas yihadistas, lo que vuelve a poner de manifiesto el riesgo real, la dimensión y el carácter global de la amenaza. Asimismo, algunos dirigentes políticos europeos parecen haber encontrado en este peligro yihadista una magnífica excusa para ahondar en sus políticas limitadoras de las libertades individuales y colectivas, en aras a la supuesta -y a todas luces falsa- seguridad de los ciudadanos. Pero, además, y a nivel de calle, se ha incrementado en buena parte de la ciudadanía -y la vasca no es ajena a ello- un repunte de la islamofobia y de un cierto resquemor hacia las comunidades y personas musulmanas, poco menos que responsabilizando de manera genérica al Islam y a sus seguidores de las posiciones fanáticas, integristas y criminales que, supuestamente, mantienen los yihadistas y que les llevan a cometer semejantes brutalidades. Cierto es que toda posición radical lleva generalmente a una conducta más agresiva de sentido contrario -como también se está viendo en el mundo musulmán, con ataques a iglesias y agresiones en respuesta a las nuevas caricaturas de Mahoma- pero la responsabilidad, la tolerancia, el conocimiento y la razón deben imperar siempre frente a actitudes intransigentes. Los testimonios recogidos en nuestra edición de hoy entre musulmanes vascos con respecto a las consecuencias del terrorismo yihadista ponen el dedo en la llaga sobre la realidad del día a día y colocan a toda la ciudadanía ante el espejo: nos estamos jugando la convivencia y la libertad. Tal y como exponen estas personas -en realidad los musulmanes pacíficos y de buena fe- son, antes que responsables, doblemente víctimas de los radicales. Por ello, es necesario que alcen de forma clara su voz contra los excesos y la violencia ejercidos a menudo en su nombre y, por otro lado, la sociedad debe, desde el respeto, estrechar los lazos de comprensión, convivencia y enriquecimiento mutuos.
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