ha rulado en la redes un gag con el típico listado de declaración de intenciones para 2015 en el que los propósitos de años anteriores se han ido tachando a mano y escribiendo encima otros más matizados. Así, si en la lista de 2013 se leía “apuntarme a un gimnasio”, al año siguiente se escribe encima “hacer algo de ejercicio” y en la última lista figura simplemente “caminar”. O donde se apuntó “perder peso”, en 2014 se cambió por “no ganar peso” y hoy se queda en “verme los pies”. Algunas declaraciones de Año Nuevo suelen ser tan grandilocuentes como inalcanzables -lo supimos en el diario de Helen Fielding y su Bridget Jones- y seguramente seremos más felices si adaptamos las expectativas a la terca realidad. Vitoria-Gasteiz se propuso un año ocupar un lugar rutilante en el mapa mundi con su Green Capital -pero restringimos el uso de la bicicleta-, luego fio su suerte a la más asequible Capital Gastronómica -aunque la pifiáramos con la bochornosa tortilla de Senén González- y hoy nos conformamos con ponerle un lazo a un par de obras antes de elecciones. Quizás tuviéramos que quedarnos en procurar una ciudad más abierta, más solidaria, con servicios cercanos al ciudadano, con barrios vivos o que apueste por la cultura con minúsculas y dejarnos de rimbombantes florituras.
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