A veces, lo mejor no es el final, sino el camino. A veces, el misterio es lo que hace a la leyenda y no el colocar la última pieza del puzzle. Tengo el día metafísico. Y es que leo la historia de Tracey Williams, una británica que se lanzó a resolver el misterio de unos bloques de caucho con la palabra Tjipetir que periódicamente el mar ha ido depositando en distintos rincones de la costa europea, de Noruega a España, de Escocia a Dinamarca. Tracey podría haber ignorado aquel chisme, el mundo seguiría girando. Pero no lo hizo. Le dio por investigar, descubrió vía Facebook que otros muchos como ella habían encontrado aquel trozo de caucho. Tjipetir... Fue su Rosebud. Y parece que Tracey, finalmente, ha encontrado una explicación plausible: al parecer, Tjipetir fue una plantación de caucho en Java Occidental a finales del siglo XIX y principios del XX. Una embarcación japonesa que viajaba en 1917 de Yokohama a Londres con esta carga se hundió frente al canal de La Mancha tras el ataque de un submarino alemán. Resuelto el misterio, quizá, me resulta menos sugerente que lo que prometía. Menos desde luego que la posibilidad que apunta un oceanógrafo de que, una vez en la superficie marina, estos bloques puedan dar la vuelta al mundo en 25 años.