El inicio esta tarde de la mesa de diálogo social en Euskadi, impulsada por el consejero de Empleo, Juan María Aburto, cierra una fase caracterizada por la falta de relación -que no de incomunicación- entre agentes socioeconómicos vascos, aun si lo hace de modo parcial, aquejado como está el diálogo de la ausencia de los dos sindicatos abertzales mayoritarios. Porque del mismo modo que no se puede restar relevancia a dicha ausencia, en tanto en cuanto ELA y LAB conforman la mayoría de la representación sindical, no puede ni debe despreciarse tampoco la oportunidad de que el resto de las organizaciones sindicales y la patronal traten de llegar, bajo el liderazgo y mediación del gobierno, a diagnósticos si no comunes sí compartidos sobre aspectos esenciales de la economía pero también del bienestar social en nuestro país. Especialmente en dos ámbitos imprescindibles para que, siquiera en el medio plazo, se reconduzca no solo esa situación socioeconómica sino, a través de esta, incluso las relaciones que hoy se antojan imposibles entre algunos agentes: el impulso al sector industrial, tradicional tractor de nuestra economía, pero también generador de un empleo estable y de calidad; y las medidas tendentes a paliar la que, hoy por hoy, es la principal carencia del mercado laboral vasco, el desempleo juvenil; junto a los problemas derivados del paro de larga duración y a partir de los 45 años. Quedarse al margen de todo ello -aun si se esgrime legítimamente como motivo la beligerancia de la patronal y se utiliza de justificante la denuncia de alguna pretensión nada razonable de la otra parte, como ha sucedido con el documento que los sindicatos abertzales atribuyen a Confebask- no supone, en ese sentido, negarse a admitir las consecuencias de la fundadamente denostada reforma laboral impuesta por el Gobierno Rajoy, sino resistirse a participar en el diseño de los nuevos modelos de relación que Euskadi necesita, sin que esto deba presuponer, en ningún caso y por supuesto, la aceptación previa de parámetro alguno. Pretender constreñir la siempre esencial actuación de las organizaciones sindicales a la movilización y el enfrentamiento es casi tanto como reproducir desde ese ámbito las actitudes unilaterales que se denuncian en la patronal. Dos no discuten, pero tampoco dialogan y por tanto no acuerdan, si uno no quiere.
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