Hay una mujer en Balmaseda que conoció cuando en 1919 don Pedro decidió entrar al seminario y cuanta que aquella decisión fue la admiración de todo el pueblo y todos se hacían cruces diciéndose “¿pero será posible?”.
Hay que darse cuenta de que no era un chico que, terminada la carrera, no tenía dónde meter mano a una obra. Se trataba de un arquitecto en funciones y con mucho éxito. Cuando terminó la carrera en 1915 ya tenía entre manos la construcción del teatro Coliseo Albia de Bilbao e hizo reformas en varias calles de Madrid. Era arquitecto con buenos proyectos y de una familia con poder económico. Tenía la vida resuelta. Las chicas se habrían quitado un ojo por conquistar un hombre así. Y va y se le ocurre hacerse cura.
Don Pedro llevaba dentro tales experiencias religiosas, tal fervor espiritual, que no tenía más remedio que meterse al seminario y prepararse para ser eso que ansiaba con tantas ganas. Era arquitecto, pero quería ser cura.
En 1920 hizo un año de Filosofía en Vitoria y, tras pasar por Madrid, al año siguiente volvió al seminario de Vitoria a estudiar Teología. En el último año, el obispo le encargó los planos de un nuevo seminario y allí tienes a don Pedro, arrodillado en el suelo de su habitación, haciendo los planos del que iba a ser uno de los mejores seminarios del mundo.
Le obligaron a ejercer las dos vocaciones de sacerdote y arquitecto a la vez. Y las ejerció con matrícula de honor y corona de mártir, pues después de ser secuestrado cerca de Balmaseda, fue asesinado en agosto de 1936 de dos tiros en la cabeza y uno en el pecho por ser sacerdote.