Cuando apenas falta mes y medio para que se cumpla el tercer aniversario de la declaración de ETA en la que hacía pública su decisión de abandonar la lucha armada, prácticamente nada se ha movido en los elementos que se consideran propios del proceso “de paz” o “de desaparición” de la organización terrorista, según los distintos puntos de vista. No ha habido ni diálogo ni desarme como tal -nadie considera el pretendido gesto de febrero con el grupo de verificación como un paso real-, ni movimiento alguno en política penitenciaria -ni siquiera con los presos enfermos, más allá de las excarcelaciones obligadas por la anulación de la doctrina Parot-, ni pasos significativos ni en ETA ni en la izquierda abertzale hacia el reconocimiento del daño injustamente causado. Tres años perdidos, si bien es verdad que la situación política y social en Euskadi ha cambiado de manera radical. El impasse se ha mantenido incluso tras la última visita a Euskadi el pasado mes de julio del exasesor de Tony Blair Jonathan Powell, que buscaba posibles salidas al bloqueo. En este contexto, el abogado sudafricano Brian Currin y parte del Grupo Internacional de Contacto (GIC) del que es líder regresa al País Vasco en las próximas semanas con el objetivo de generar más confianza entre los distintos agentes para que pueda haber avances en el proceso hacia la paz después de las próximas elecciones municipales, dentro de ocho meses. Un matiz altamente significativo, por cuanto cabría esperar que algunos movimientos en ese sentido pudieran darse en lo que queda de este año, antes de que la proximidad de una campaña electoral que se intuye será un escenario de fuerte confrontación enturbie las relaciones entre partidos y dificulte aún más el logro de acuerdos, sobre todo porque tras esos comicios nos encontraremos a las puertas de los siguientes, las elecciones generales. Sin embargo, parece que pese a los llamamientos que desde el Gobierno Vasco se hicieron a aprovechar este tiempo se da por amortizada la situación de parálisis. Cómodos en sus respectivos inmovilismos, el Gobierno español y la izquierda abertzale parecen más preocupados por el rédito electoral que por aportar avances. Mientras, ETA sigue fuera de la realidad y sin abordar su desarme y desaparición como la única alternativa posible. Un escenario que debería ser inaceptable.
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