desde que la Inqusición instauró su Index librorum prohibitorum, perseguir libros ha estado mal visto, y quemarlos ya ni les cuento. El bibliotecario de El nombre de la rosa de Umberto Eco los ocultaba en un laberinto y envenenaba a quien los hojeaba, sobre todo el tratado apócrifo de Aristóteles sobre la risa. Antes pasto de las llamas que divulgado, debió de pensar. El consejero navarro de Educación, José Iribas, un chico bien de estricta observancia católica de pensamiento y obra, acaba de iniciar una cruzada por los laberintos de las escuelas contra libros de texto de Lengua vasca y literatura inspirados por el mismo diablo por no estar escritos en cristiano y reproducir además mapas de Euskal Herria, que debe de ser la señal inequívoca de la presencia del maligno. Como buen cazador de brujas, admitió en el Parlamento no tener constancia empírica, pero se muestra convencido de que esos libros poseídos existen y de que se utilizan en determinados colegios. Como quien busca rituales demoníacos guiado por la fe. Suena a risa aristotélica, sí. Pero el bilingüismo, la enseñanza en euskera o el país de los vascos siguen siendo herejías a decir por la labor de un consejero afanado a estas alturas en la persecución de libros prohibidos. Y quizás no haya que irse hasta Navarra.
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