Pensaba que el problema era mío, pero estoy empezando a percibir que, en realidad, es suyo. Porque la misma sensación que tengo yo, veo que es compartida, como mínimo, por unos cuantos de los que tengo alrededor, de esos con los que uno comparte cafés, charlas de barra de bar, pequeñas conversaciones diarias. Un partido político que ha ocupado responsabilidades de gobierno celebra un congreso extraordinario y elige nuevo secretario general. Y a mí, me da igual. Es que no me interesa. Me aburre. ¿Caras nuevas? ¿Renovación? Es que el chiste ni siquiera me hace ya gracia. Un alcalde con las encuestas en la mano tira de demagogia electoralista contra un sector de la población. Y a mí, me da igual porque es hacerle el juego que busca tanto este hombre como sus asesores. Un exministro y expresidente de una comunidad autónoma entra en la cárcel por corrupto. Y a mí, me da igual. Es más, incluso no me extrañaría un indulto de esos a mediados de agosto y me seguiría sin importar. Otro expresidente confiesa por carta que se lo ha llevado crudo durante años mientras sus hijos también están siendo investigados. Y a mí, me da igual. ¿A estas alturas nos vamos a sorprender de algo con políticos de por medio? Pero que me de igual no significa que me vaya a quedar quieto