Hartita estoy ya de escuchar que la abstención no sirve de nada, que es tirar el voto a la basura, que el domingo hay que ir a las urnas. Pero no porque sea contraria a eso que ellos llaman ejercicio democrático, sino porque los autores de semejante milonga son precisamente la causa de esta decisión. Fulano argumenta que el no voto favorece el bipartidismo; tanto da, los grandes partidos llevan siglos intercambiándose los cromos. Mengano replica que el no voto se confunde con el pasotismo; ni tan mal, a estas alturas de corrupción y con la de políticos implicados, quién no se acuesta un punto más punky cada día. Y Zutano objeta que el no voto va a hacer que todo siga igual, que nada cambie, sin darse cuenta de que ya todo ha cambiado. Y si no sirve de nada, ¿por qué tienen tanto miedo a una previsible oleada de abstencionistas? No deberían estar nerviosos, tanto mejor para ellos. Si al día siguiente nada ni nadie les va a impedir gritar a los cuatro vientos que se sienten legitimados para gobernar, aunque sea con el 13% de las papeletas. Y eso sí es más de lo mismo. Así que, enfundada en la toga del diablo, diré que el no voto también es un voto de protesta, de ya basta, de hasta aquí y de no en mi nombre; un voto cocinado, masticado y escupido cual Perengano, señorías.