llega un momento en que uno no puede disimular cómo es. Quizá las apariencias se prolonguen en el tiempo y sean capaces de engañar a mucha gente -a la que valora más las fachadas que la solidez de los edificios-, pero la verdadera naturaleza de las personas sale a relucir tarde o temprano. Hay tics o comportamientos reflejos que acaban por retratarnos definitivamente. Y llega un punto en el que por mucho que se intente, es imposible taparlo. Y más en una campaña electoral tan anodina y poco interesante como ésta. Del debate bipartidista entre populares y socialistas lo que ha quedado resaltado es el machismo latente y antiguo de Miguel Arias Cañete, al que sólo le faltó lamentar la emancipación de la mujer con lo bien que le iba a la sociedad cuando ellas sólo cuidaban de la casa y de los hijos. Que no quiso abusar, dice el bonachón comedor de yogures caducados y chuletones de vacas locas. Que si llega a hacer gala de su superioridad intelectual ante Elena Valenciano le habrían tildado de machista. Que es muy difícil esto de hablar de igual a igual con las mujeres sin hacerles daño. No es la primera vez que sale a relucir su particular visión. Acuérdense de que "el regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno".