Crecí en busca del arca perdida, sentándome a la mesa de menú exótico del templo maldito y embarcada en la última cruzada. Luego llegó la calavera de cristal y pensé que me había hecho mayor a la misma velocidad que Harrison Ford, pero ésa es otra historia. Quiero decir que tuve mi fase de querer ser arqueóloga -o lo que fuera Indiana Jones- de mayor. Eso y mi natural romántico me hacen abordar con cierta nostalgia y no menos curiosidad la noticia de la búsqueda de los restos de Miguel de Cervantes en el convento de las Trinitarias de Madrid. Imagínense la emoción de buscar y encontrar los huesos de un escritor de esa magnitud, parte de la historia, de la Historia. De hecho, un trocito de la mayúscula de la Historia y del Arte; esto último, de las pocas cosas buenas que el ser humano ha tenido a bien legar en su existencia. La grandeza y la pequeñez de la humanidad frente a frente. Luego me asalta la duda de qué se esconderá tras el propósito declarado del proyecto de "dignificar" la tumba de Cervantes. Porque detrás de todo esto, sí, hay políticos; concretamente el Ayuntamiento de Madrid. Y me aterroriza pensar qué podrían hacer de encontrar lo que pueda quedar del pobre Cervantes. A veces, quizá, el misterio puede ser más digno y el mejor homenaje, siempre, es volver a los libros.