las asociaciones de vecinos de Vitoria-Gasteiz recibirán este año 177.500 euros de las arcas municipales, una cantidad en absoluto exagerada teniendo en cuenta que se reparte entre una treintena de colectivos. Pero esta cifra no dice gran cosa sin el contexto y los antecedentes que la rodean. La capital alavesa ha contado históricamente con un movimiento vecinal muy activo y reivindicativo que cobró especial protagonismo entre los años 80 y 90. Pero los tiempos han cambiado mucho desde entonces. El proceso de paulatina desmovilización de los movimientos populares o la politización de algunas asociaciones -el alcalde Alfonso Alonso fue hábil en crear una red vecinal en la órbita de su partido- han influído indudablemente en esta tendencia. Y más recientemente, la dinámica de determinados grupos de la FAVA -en muchos casos movidos por el acusado personalismo de sus escasos miembros, cuando no las ganas de medrar, como en el caso del exasesor del PP Ángel Lamelas- que se limitaron a ser una especie de Pepito Grillo del alcalde de turno en cuestiones menores mientras disponían caprichosamente de fondos públicos sin control ha contribuído al descrédito de estos colectivos venidos a menos. Pero terminan pagando justos por pecadores, pues paralelamente a la decadencia de la FAVA, en estos últimos años han emergido en Zabalgana y Salburua, así como el activo trabajo de otros grupos independientes en los barrios de oro o en el Casco Viejo, colectivos que destacan por sus interesantes proyectos -culturales, medioambientales o asociativos- y su dinamismo para revitalizar la vida en las calles de Gasteiz. El Ayuntamiento ha fijado ahora un sistema de financiación y control más riguroso que pretende estimular la actividad y la búsqueda de financiación propia. Pero haría mal en despachar la participación ciudadana subvencionando a las asociaciones vecinales con independencia de su actividad. La ciudad se vive en la calle y el equipo de gobierno debería estar obligado también a canalizar o interiorizar en sus políticas las aportaciones más inquietas que emanan de los colectivos sociales -muchos de ellos, en los desoídos consejos municipales- en los barrios, pero también en materia de urbanismo, medio ambiente, movilidad, juventud o cultura. Y ese compromiso es algo que va más allá de la subvención.