admitía el obispo de Vitoria, Miguel Asurmendi, en la entrevista que concedió el domingo a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, que Ricardo Blázquez "es un hombre más de primavera y, ciertamente, tiene otro talante que su predecesor" al frente de la Conferencia Episcopal española, "más después de un período de doce años que algunos consideramos excesivamente largo y se deseaba un cambio". Estas palabras, aun diciéndolo con diplomacia eclesiástica y a pesar de que el prelado de Vitoria se ha caracterizado siempre por su prudente actitud pública de nadar y guardar la ropa, dejan entrever las expectativas de cambio y hasta la sensación de alivio que provoca en muchos sectores de la Iglesia española -incluso en los más templados- el relevo de Antonio María Rouco Varela. Y es que el cardenal arzobispo de Madrid y último presidente de la Conferencia Episcopal deja atrás un mandato caracterizado por la versión más reaccionaria e involucionista de la jerarquía eclesiástica española. Tanto desde una perspectiva teológica o pastoral, como desde el punto de vista social o político. Es la misma versión inquisitorial que ha excomulgado o silenciado a teólogos progresistas, que ha perseguido a los movimientos cristianos de base que no comulgaban acríticamente con su dogmatismo, que ha satanizado al diferente o que ha tratado de manipular la educación. Pero también la que caminó del brazo del aznarismo o la que, más remotamente, bendijo y fue cómplice del franquismo al amparo de la santa cruzada. Esa misma Iglesia que Rouco Varela, quien se resiste a pasar página, ha querido actualizar aprovechando torticerarmente la homilía en el funeral de Adolfo Suárez al volver a su discurso más apocalíptico y guerracivilista y poner bajo palio la sagrada unidad de España a cuenta del debate soberanista catalán. Todos los grupos políticos salvo el PP -el portavoz popular Alfonso Alonso tuvo que hacer filigranas retóricas para justificar las palabras del cardenal- censuraron ayer la improcedente soflama del arzobispo de Madrid. Y es que, ciertamente, Rouco Varela representa el regreso al pasado -y más ante los nuevos aires que soplan desde el Vaticano- y no deja de ser sintomático que este espíritu fuera precisamente el mismo que atenazara a Suárez entre ruido de sables o conspirara contra Vicente Tarancón.