sin saber mucho sobre tecnicismos de movilidad urbana, sí parece un contrasentido apostar por un bonito y verde discurso de transporte sostenible, pegarse unos cuantos meses mareando la perdiz entre reflexiones y que el Ayuntamiento llegue al final a la conclusión de que hay que restringir las calles y los horarios para el tránsito a los ciclistas en el centro de Vitoria, cortarles los bidegorris en función del antojo de los tiralíneas urbanísticos, apercibirles primero y multarles después y exigirles que, si a pesar de todo se empeñan, casi que mejor lleven la bici al hombro para evitar problemas. Hubo un tiempo en que los primeros automóviles tuvieron de abrirse camino con tiento -casi pidiendo permiso- entre el ganado, las gallinas, los niños jugando, las pelotas botando y los abuelos de cháchara en mitad de la calle. Pero no tardaron las ciudades en rendirse al imperio del motor y el trazado de las urbanizaciones y de las avenidas de los nuevos ensanches pasaron a estar al servicio del coche. Siete décadas después, el peatón fue ganando terreno y pequeñas batallas. Pero al parecer la bicicleta llega tarde. En Vitoria han bastado cuatro quejas de peatones del muy noble y muy leal Ensanche ante las molestias del paso de los ciclistas por las aceras para que se castigue, se multe, se prohíba y casi hasta se ilegalice el uso de las bicis en el centro. Y si se descuidan, hasta les pediremos una licencia especial, seguro obligatorio, impuesto de circulación y un exhaustivo examen oficial. Eso sí, luego pondremos el sello green en mitad del asfalto.
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