leen un comunicado del colectivo de presos vascos, EPPK. Hablan los beneficiados por la derogación de la doctrina Parot. Convocan una rueda de prensa los representantes de la izquierda abertzale. Todos coinciden en señalar que los presos aceptan la legalidad penitenciaria, que el proceso de paz es irreversible, que pronto tendremos noticias más prometedoras aún. Sin embargo, mis sentimientos, mi nula respuesta emocional ante pronunciamientos tan halagüeños, coincide con lo que los expertos clínicos llaman anhedonia: repentina incapacidad de obtener placer de nada, especialmente de lo placentero. Aquello que Shakespeare hizo decir a Hamlet: "Desde hace un tiempo, no sé la razón, he perdido la alegría".

En este caso, sin embargo, creo saber la razón. El fin de ETA, la guerra que le costó tanto iniciar, nueve años desde que se fundó hasta que cometió su primer asesinato, y que más que una guerra fue un combate singular entre ETA y la policía al cual la mayoría de los ciudadanos asistían como espectadores en un teatro, se está acabando por medio de una lenta, lentísima bajada del telón.

Nada pues de impresiones fuertes, de hundimientos a la manera del Titanic, del que Orwell recordaba: "Lo que más me impresionó fue que al final se puso de pronto en pie y se hundió de proa, de modo que la gente que se colgaba de la popa se levantó no menos de noventa metros en el aire antes de hundirse en el abismo. Me produjo una sensación de encogimiento en el vientre que todavía puedo notar". Bien al contrario, el hundimiento de ETA está resultando un irse al fondo de la historia tirando a anecdótico, tirando a sin gloria, tirando a irrelevante.

Desaparece derrotada, sin cumplir sus propósitos, y nadie de los próximos se para a preguntar el verdadero motivo. Porque esa es una pregunta cuya respuesta sería una acusación. Teniendo razón al oponerse al franquismo, mereció perder al haber servido mal a su buena propia causa. Mientras sus militantes y simpatizantes, la izquierda abertzale y adheridos, no admitan tal desvarío, nos estarán engañando como cualquier mentiroso que conoce el verdadero estado de las cosas y, por las razones que sea, legalidad, oportunismo, búsqueda del poder? hace una simulación de hechos falsos.

Y resulta que la izquierda abertzale necesita una inmediata exposición a la verdad. La vida de los grupos, como la de las personas humanas, tiene la paradójica propiedad de que pierde su valor cuando se conserva simplemente y no se arriesga. La vida que tan sólo quiere conservarse realiza su programa biológico o material pero no sus posibilidades humanas o sociales. Se trata del crecimiento de la propia mismidad. Pero un ensimismamiento solo puede rebasarse entregando, sacrificando, una parte de sí.

Esa parte de sí que tienen que sacrificar ETA y la izquierda abertzale es el reconocimiento del mal inflingido y el mal aceptado. Y los demás tenemos que exigirlo porque de otro modo la historia, esta historia, acabará escribiéndose según el programa de cada partido. De esa forma, no tendremos memoria de lo sucedido sino puntos de vista partidarios que nos conducirán a futuros comportamientos reincidentes.

No es por tanto ni bueno, ni moral, ni eficaz que cada cual tenga su relato de lo acontecido. La verdad no se puede demediar ni descuartizar. Y la verdad es reconocer el mal causado por quien lo causó, en lenguaje inteligible, no en una jerga que no se basa en ningún idioma conocido como la de los últimos comunicados y comparecencias de presos y de Sortu.

Los recientemente liberados, los presos, sus mentores políticos, están entrampados en lo que muy apropiadamente se denomina en la teoría de juegos el dilema del prisionero: con cada elección forzada aprietan el nudo y reducen el número de opciones. Sin negociación política, admitiendo la legalidad penitenciaria, quedan en manos de quienes interpretan ésta para mejorar sus condiciones de vida en prisión, obtener beneficios o la libertad. Tal cosa no sería un problema, vista la actuación hasta ahora seguida por los tribunales de justicia concernidos, si no existiese el que se pudran en la cárcel, máxima expresión de nihilismo y resentimiento, que funciona como un activo político. Y un Gobierno español que no necesita de muchos empujones de las asociaciones de víctimas para mantenerse en su posición de enroque.

Ante tal escenario de inmovilidad gubernamental, me pregunto: ¿quién soportará todo el peso de la carga? ETA y la izquierda abertzale es la contestación plausible. La primera, disolviéndose. La segunda, pechando con la situación de los todavía numerosos presos que van a estar en prisión mucho más tiempo que los recientemente liberados, habiendo cometido estos últimos iguales, más graves o más numerosos delitos. Una desgracia personal aunque legal.

Hace 21 años propuse en una conferencia en El Escorial la formula presos por armas. Todavía me silban los oídos. Ahora, sin otro pedir que el acercamiento de los presos a Euskadi, la transferencia de las competencias de Prisiones al Gobierno vasco y la devolución de la jurisdicción sobre presos terroristas a los jueces de vigilancia penitenciaria del País Vasco, quizás sea el momento de recordar a quien esté dispuesto a oír el verso del poeta inglés William Blake (1757-1847):

¿Puedo ver la desgracia de otro

y no experimentar yo mismo dolor?

¿Puedo ver la pena de otro

y no buscarle amable consuelo?