Querido/a lector/a, si en estos momentos está usted paseando la mirada sobre estas líneas y si eso de la crisis fuera un mal sueño significaría que habría sobrevivido a las etapas reinas navideñas y habría conseguido entrar en 2014 sin sucumbir al hormigón armado de turrón y mazapán que la UTE familiar a los mandos de la nave del atrezzo alimentario hubiera podido perpetrar, habría sobrevivido a la degustación alcohólica que hubiera acabado incluyendo -sólo Dios sabe por qué- la botella de licor del fondo del armario que llevaba envejeciendo allí desde 1985, al colesterol agazapado en el decimotercer langostino -los 12 anteriores eran absolutamente biosaludables e indetectables en cualquier análisis médico estándar-, a las rondas de recomidas y recenas para dar salida al excedente -cómo dice nuestro entrañable ministro Cañete, hay que recuperar la eficaz costumbre de aprovechar las sobras en forma de croquetas y/o calditos-, a la incombustible infantada sobreexcitada, a las hordas de compradores como pollo sin cabeza, a esa trampa mortal que son las uvas de fin de año -¿seguro que nadie ha muerto asfixiado en la sexta campanada, por ejemplo?-... Pero la pesadilla es real y muchos de nuestros vecinos han tenido poco que celebrar en 2013. Sólo queda pensar que 2014 se porte un poquito mejor que ese 2013 que nos ha golpeado sin piedad, aprender de los errores, actuar en consecuencia y confiar en que sea cierto eso de que incluso tras la peor tormenta siempre sale el sol.