el último 9 de septiembre se cumplió el 35º aniversario de la extraña muerte de Juan Pablo, a los 33 días de ser elegido Papa. El diario argentino Clarín había recogido la noticia de su elección con el titular El Patriarca que andaba en bicicleta. Quién podía imaginar que, 35 años después, un argentino -con gestos tan parecidos a los del Papa de la sonrisa- pudiera ocupar su misma silla. O que un Papa condujera un viejo Renault 4L (un cuatro latas) por las calles del Vaticano, tan habituadas a coches de potente cilindrada. El 11 de febrero, día de la insólita renuncia papal de Benedicto XVI, un rayo cayó sobre el Vaticano.
Curiosamente, fue un argentino, el cardenal Eduardo Pironio, la misteriosa persona de Roma -lo sabemos gracias a las pesquisas del sacerdote Jesús López Sáez- en quien el Papa Luciani depositó su confianza para hacerle partícipe de los cambios que tenía in mente. Los más urgentes, la reforma del Banco Vaticano -seguramente la clave de su efímero pontificado- y la reforma de la Curia. Así como de las cartas que pensaba escribir, la primera sobre la unidad de las Iglesias, a la que seguirían otras sobre la colegialidad de los obispos con el Papa, sobre la mujer en la sociedad civil y en la Iglesia o sobre los pobres y la pobreza en el mundo. Frentes que, por lo que se vislumbra, convergen con los que tiene entre ceja y ceja Francisco.
Es palpable que Francisco ha inaugurado unas nuevas maneras de ser Papa. Para empezar, no se presenta como Papa, sino como obispo de Roma. En la misma línea, el Papa de la sonrisa manifestó a su secretario de Estado que "soy ante todo el obispo de Roma y después el Papa". Se lo decía en este contexto: "En estos días he sentido curiosidad de leer en el Anuario Pontificio los titulares con que está condecorado el Papa. Se lee: Juan Pablo I, Obispo de Roma, Vicario de Cristo, Sucesor del príncipe de los apóstoles (el Papa Luciani le sigue enumerando la retahíla de títulos, entre ellos el de Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano)... Es un residuo del poder temporal. Falta sólo el título del Papa Rey. Los títulos verdaderos deberían ser obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro y por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puede el Papa presentarse y dialogar, en calidad de hermano y padre en Cristo, con las Iglesias hermanas, investido con todos esos títulos?".
En el 35º aniversario de Juan Pablo I es inevitable establecer un paralelismo con Francisco. Sólo bastó un puñado de días para que una periodista escribiera un artículo titulado Las cruces del Papa Francisco en el que recogía los rumores que circulaban por los cafés de Roma de iba a durar lo que Juan Pablo I y añadía que "predicar la pobreza es algo que tradicionalmente han hecho los papas, pero Francisco la está abrazando y ese es el problema".
Si de Juan Pablo I se dijo que quería promover en el Vaticano un gran instituto de caridad donde poder hospedar a quienes duermen por las calles, el Papa Francisco propuso algo similar en septiembre cuando se acercó, en un coche pequeño y sin la parafernalia hasta ahora habitual de escoltas y sirenas, a un centro para inmigrantes -muchos de ellos musulmanes y de otras religiones- llevado por los jesuitas. Francisco, que rindió un homenaje al Padre Arrupe, propuso a las instituciones religiosas "convertir los conventos y seminarios vacíos en centros de refugiados y no en hoteles de lujo". Si Juan Pablo I decía que "el tesoro de la Iglesia son los pobres", Francisco eligió para su primer viaje oficial la isla de Lampedusa para reunirse con los que no cuentan, los refugiados: "Son la carne de Cristo". Y denunció la globalización de la indiferencia.
Francisco lleva poco más de medio año de Papa y sus gestos y pronunciamientos provocadores lejos de atenuarse ganan en intensidad. Es un Papa que rompe los esquemas. Un conocido periodista, asombrado y perplejo, declaró: "Hasta tal punto se aleja Francisco del histórico olor a naftalina del Vaticano que surge una duda: ¿El Papa está cambiando o nos está camelando?".
El Papa Francisco ha alumbrado muchas esperanzas en la Iglesia de base y en la Teología de la Liberación, sectores marginados y silenciados durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y cada vez despierta más suspicacias entre los sectores más conservadores y especialmente en la Curia. También lo sufrió Juan Pablo I: "Sé que hay monseñores y otros que critican los discursos que yo hago en las audiencias y los modos de ser y ejercer de Papa (?) y que un obispo alto y robusto, siempre de esta casa (en alusión a Marcinkus, el banquero de Dios), ha declarado que la elección del Papa fue un descuido del Espíritu Santo". El Papa Francisco, a los pocos días de ser elegido, sacó de quicio a algún liturgista por saltarse las rúbricas porque en la celebración del Jueves Santo lavó los pies a dos mujeres, una de ellas musulmana.
Para los nostálgicos de la Iglesia imperial y de prestigio del Papa Wojtyla, el gesto de Francisco de subirse a un viejo cuatro latas -de casi 30 años y con 300.000 kilómetros, regalo de un cura de un barrio obrero- les habrá indignado. Y es altamente probable que más de un curial lamentará, como lo hicieron con Juan Pablo I: "Queremos otro Papa, que este no vale".