tengo mis dudas de si merece la pena replicar al Hernando, diputado del PP y medio portavoz en el Congreso, que acaba de agitar la charca de la política dictada por la mayoría absoluta parlamentaria diciendo que la República fue la responsable de que en el país hubiera "un millón de muertos". Rasgado general de vestiduras con un asunto más menor que otra cosa, que requiere respuestas frontales y constantes, más que réplicas de ocasión. Las suyas son palabras coherentes con una forma muy concreta de concebir y practicar una política de vencedores y de vencidos al servicio de una casta económica.
Detrás de esa frase idiota no está sólo la mentira de la historia oficial del franquismo, sino una férrea voluntad de la cabaña pepera de fundar un presente autoritario, de casta y clase, con el cieno del pasado. Desprestigiar a la República ha sido de buen tono, y lo sigue siendo, en quienes hablan de una tercera España, pero con Borbones, con monarquía parlamentaria y blablablá; una monarquía heredera de los vencedores de la guerra civil, que en sus horas bajas se beneficia de un más que evidente pacto de silencio al que ha accedido la prensa que debería estar por un verdadero cambio de régimen y una reforma de la Constitución y hasta de la configuración del país.
También abogó Rafael Hernando por una ilegalización en la práctica de la bandera tricolor republicana por equipararla a la franquista, la misma semana en que esa bandera desfiló y estuvo presente en los actos que celebraban en París la liberación de la ciudad por las tropas aliadas en las que formaban miles de soldados republicanos españoles. La bandera rojigualda de la monarquía no estuvo presente en ese acto; a fin de cuentas representa a una monarquía de origen franquista, régimen que si de alguien fue cómplice directo fue de los nazis, los mismos que estuvieron en el origen del golpe de Estado de los militares españoles que dio lugar a la guerra civil de la que habla el diputado Hernando. No en vano el general Mola, tres días después de llegar a Pamplona para conspirar, se entrevistó en Ibardin con un agente de la Abwher alemana, que luego estaba presente en Capitanía la noche del 18 de julio de 1936.
Hernando utiliza la mentira como arma política del presente. Tienen que atajar el movimiento republicano, sus símbolos, su labor evidente de seducción social, la manera en que gana terreno, la presencia callejera de la tricolor y los clamores que suscita, y la escritura misma de su historia.
Hernando olvida porque quiere, e ignora en la misma manera con maneras de indocumentado absoluto, que el golpe de Estado que dio origen a la guerra civil, fue minuciosamente planeado, por militares y por civiles, por españoles y por nazis y fascistas, y que la represión que siguió al alzamiento militar estaba planeada al detalle: Ejecución de listas. Sobra volver a repetir las instrucciones cursadas por el general Mola. Bandera tricolor y bandera franquista, esa que vienen exhibiendo las juventudes del PP como un acto de fe jactanciosa o franca declaración de intenciones, sin que haya habido condenas apreciables y sinceras por parte de la jerarquía de la banda. Eso es algo que no le puede extrañar ni escandalizar a nadie porque a fin de cuentas el partido en el gobierno se ha negado a condenar el franquismo y toda forma de represión con él relacionada, de la misma forma que no ha hecho nada apreciable a favor de unas tareas de verdadera reparación histórica porque las juzga innecesarias. Y si no lo condenan es porque lo volverían a hacer.
Banderas, muertos, guerra... y un olvido intencionado -malintencionado- el del Hernando, que se ve está acostumbrado no al relato controvertido de la historia, sino a las consignas, a la doctrina, las arengas cuarteleras y la propaganda que que siguen expandiendo los herederos del franquismo en el Gobierno o que le aplauden desde los medios de comunicación o las cátedras universitarias. El PP lo fundó un franquista y fascista convencido a quien nadie exigió cuentas por sus actuaciones criminales a la cabeza de ministerios, Manuel Fraga Iribarne. Que sus herederos políticos y sentimentales pretendan dar lecciones de democracia y libertad es algo más que un sarcasmo, es un insulto y un agravio que nos convierte en enemigos declarados.
A gente como el Hernando es inútil explicarle o hacerle leer la historia de la conspiración y el modo en que se urdió el golpe militar de julio de 1936. Es tiempo perdido. No va a escuchar y no va a leer, o sólo va a escuchar las voces de los suyos y sus devocionarios, aquello a lo que puedan sacarle ventaja inmediata. Aquí cada cual está muy convencido de lo que dice y habla para un público de correligionarios que aplauden sin reservas porque de lo que se trata es de hacer peña, de enconarse, de dominar. No me excluyo, pero no todos sacamos réditos políticos de las mentiras.