JUGOSÍSIMA e indignante la documentación que se está publicando sobre las prácticas de espionaje de Estados Unidos, no ya al resto de países aliados o no -que también-, sino al común de los mortales. Al hilo, añadiré que no sé si Snowden tiene un par bien puestos o es un inconsciente. En el apartado de curiosas coincidencias, ha tenido su punto que todo esto haya ocurrido al mismo tiempo que el Nobel de la Paz se hacía fotos en la celda en la que estuvo preso Nelson Mandela. Cómo pone el tiempo las cosas en su sitio, oiga. Las cosas, en este caso, es Barack Obama, el Nobel de la Paz que iba a cerrar Guantánamo y que ha acabado amparando una red de espionaje digna de George W. Bush o, voy a ponerme ochentera, de Ronald Reagan y su Guerra de las Galaxias. Será que he visto muchas pelis de James Bond y he frecuentado los libros de Forsyth, pero me resultó enternecedora, a simple vista, la airada reacción de los países espiados. Tenía la intuición de que estos berrinches públicos tenían más de pose que otra cosa; que es más verosímil que en este negociado diplomático todos espíen a todos, o lo intenten, por la simple razón -entre otras posibles- de que hay muchos maravedíes en juego. Y va toda esta movida de Evo Morales y su avión atrapado en los cielos europeos y pone también en su sitio al Viejo Continente: colonia bananera. Aquí se trata a un jefe de Estado como no se trata a ningún delincuente, si hay que rendir pleitesía a la metrópoli; eso sí, los aviones cargados de presos destino Guantánamo o el limbo, vía libre; aquí espías y después gloria.
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