el hecho de ser pediatra no confiere ninguna autoridad moral ni intelectual, pero sí posibilita un punto de vista distinto al de algún colectivo de padres separados que parecen haber descubierto las ventajas de compartir la crianza cuando ésta ha quedado mayoritariamente en manos de las madres -y son ellas las que en general acuden a las consultas con sus hijos- y al de algún colectivo feminista que lucha para que la crianza sea compartida en igualdad, pero sólo hasta la separación de la pareja y cuando ésta se produce, afirman que la custodia debe recaer sistemáticamente en la madre y excepcionalmente compartirse.
Ante estos argumentos de parte, que defienden a uno u otra de los adultos, creo que hay que proteger por encima de todo, prioritariamente, al niño, al que garantizar sus derechos, favorecer su desarrollo y ayudarle a ser feliz. Los adultos tienen mejores recursos psicológicos y económicos para salir adelante, pero los niños son más vulnerables y sufren más en la guerra que se desata. Son utilizados muchas veces como arma arrojadiza para calmar los deseos de venganza u obtener una posición de ventaja frente al otro cónyuge y esta utilización les causa dolor cuando lo que quieren, en general, es tener un padre y una madre como la mayoría de sus compañeros.
Hay separaciones que son un bálsamo para los hijos e hijas ante una situación insostenible y traumática, pero aunque los niños son muy plásticos y se adaptan mejor de lo que esperamos, en las consultas encontramos que entre ellos aumenta el fracaso escolar, disminuye la autoestima y tienen más dificultades en las relaciones sociales. A veces se manifiesta como depresión, ansiedad, miedo al abandono y sensación de culpa, de que lo que está pasando es por su culpa. Otros tienen problemas de conducta, con el agravante de que no son transitorios, sino de por vida.
Si hacemos una radiografía en blanco y negro veremos que son más de 100.000 niños al año los afectados en el Estado y que en 2006, el 52% de las separaciones y el 65% de los divorcios fueron de mutuo acuerdo, y en estos casos el juez no hace sino ratificar ese acuerdo. Algunos colectivos utilizan esas cifras para minimizar el problema, pues sólo una minoría de parejas acaban en contencioso, pero estas cifras son muy engañosas, porque cuando hay desacuerdo sucede que en 2011 el 97% se sentenció custodia monoparental y más del 90% de la custodia recayó en la madre. Las sentencias son tan desfavorables para los padres que no queda más remedio que llegar a un acuerdo por aquello de mejor una mala paz que una buena guerra.
La radiografía familiar nos muestra una madre empobrecida que queda en el domicilio conyugal -si lo hubiere- con la custodia de los hijos o hijas -muchas veces sin recibir la pensión asignada- y un padre empobrecido, sin casa, con un régimen de visitas de cada dos fines de semana, que no quiere o no puede pagar la pensión. Un verdadero drama para ambos, pero el que queda con la custodia puede, al menos, decidir el lugar de residencia y el tipo de educación de sus hijos o hijas, controlar sus actividades o influir en su alimentación o tipo de amistades; es decir, estar con ellos, cuidarlos, protegerlos o alimentarlos. Todo lo que es básico en la vida de un niño. El que queda sin custodia pasa a ser un espectador que muchas veces acaba por perder el cariño y el contacto con ellos, o víctima del síndrome de alienación parental sufre una denigración que le conduce al rechazo y destruye los vínculos con sus hijos.
En los países del norte de Europa, con otra cultura y donde las separaciones son habituales desde hace muchos años, esta discusión está superada y aplican sistemáticamente la custodia compartida en la que ambos progenitores se reparten al 50% tanto el tiempo de disfrute con los hijos, como los gastos. Es en países como Italia o España donde la absoluta mayoría de sentencias son favorables a la custodia monoparental.
Además, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y otros organismos internacionales han dictaminado que la custodia compartida debe ser la norma y por otro lado, aunque es conocida la escasa autoridad ética y jurídica del Tribunal Supremo español, en reciente sentencia de abril de 2013 afirma que es "la mejor solución para los menores".
Los estudios y las estadísticas sirven tanto para probar una hipótesis como su contraria, pero hay estudios con una correcta metodología -doble ciego- , con una muestra aleatoria amplia y con seguimiento de años que concluyen en su mayoría que compartir la custodia es ventajoso. Los críticos resaltan los inconvenientes del continuo cambio de domicilio -el niño maleta- o que exige mayor entendimiento entre padres, que es precisamente lo que les falta, pero los favorables responden que los hijos no sólo están mejor adaptados, sino que su autoestima es mayor, disminuye su miedo al abandono, tienen mejor relación con ambos progenitores e incluso las madres están más satisfechas.
La custodia compartida no es la panacea, no sirve para todos los casos. Puede haber -y de hecho los hay- padres maltratadores o irresponsables y madres enfermas psiquiátricas, y en estos casos no hay duda que no deben acceder a la guarda. La casuística es amplia. Además, se puede compartir con distintas variantes -un domicilio o dos, compartir el tiempo a diario o cada semana o quincena, un régimen de visitas libre- porque lo sustancial no es el cómo sino el qué. Lo determinante es compartir.
El ser humano es poliédrico y las parejas mucho más. Cada una es un mundo. Hay que huir de fórmulas universales o de la llamada custodia compartida impuesta, pero hay que defender sin duda que en los desacuerdos la custodia compartida es la mejor alternativa, la preferente, y la monoparental para las excepciones.