TENGO un par de compañeros doctorados en fluzología, que viene a ser algo así como dominio de los entresijos de Regreso al futuro, lo que incluye citas de la trilogía, dominio del DeLorean y manejo nivel usuario del legendario condensador de fluzo. Digo todo esto porque por un momento, estos días, he llegado a pensar que realmente me había embarcado con Marty McFly en algún viaje en el tiempo. No ha sido bastante con que hayamos desempolvado al jarrón chino con bigote en recesión, y va Alfonso Guerra y se marca unas memorias que, por supuesto, aprovecha para poner su pica en el Flandes de la actualidad. Al señor Aznar, como al señor Guerra, parece aquejarles con frecuencia un síndrome común: creerse la Coca-Cola en medio del desierto. Como a Aznar ya le dediqué unas líneas recientemente y ayer ya recargamos en Matrix al ideólogo de la teoría del jarrón chino para llamarle a capítulo -Felipe González: "Si quiere, que vuelva, pero no para salvar a la patria"-, me referiré a las declaraciones de Guerra. No me ha sorprendido que rechace las listas abiertas -no esperaríamos otra cosa de uno de los grandes manejadores del aparato que en la historia han sido-, sino el argumento con el que sostiene su posición: pueden convertir a un partido "en una batalla interna terrible". ¿Qué es una batalla interna terrible? ¿Y tú me lo preguntas? Batalla interna terrible... Batalla interna terrible es lo que media entre liderazgo sólido y liderazgo sólido en Ferraz. (Y que me perdone, si puede, Gustavo Adolfo Bécquer).