desacuerdo en la ponencia de paz. No hay acuerdo sobre una base ética común. Habrá que seguir de cerca las explicaciones que ofrezcan los grupos políticos presentes -y ausentes- en la ponencia de paz. Mientras tanto, la primera y más directa lectura de este disenso es casi tautológica, la falta de acuerdo sobre una ética común para abordar la convivencia vasca muestra una real discrepancia centrada en la diferente estimación del valor que puede adquirir la ética ante la búsqueda política de ese objetivo de convivir mejor.

A las primeras conclusiones de la ponencia de paz, cuyos trabajos se iniciaron la pasada legislatura, se les llamó el suelo ético común. Se sostiene en un compromiso con las ideas de justicia, verdad y responsabilidad. Aun siendo imprescindible la realización de un relato objetivo de las violaciones de los derechos humanos, se insta a reconocer la injusticia de la violencia perpetrada, estableciendo la responsabilidad que corresponde a los que la ejercieron y a reconstruir, en consecuencia, una memoria colectiva no neutral y activa que pueda aceptarse como una verdad -relato- compartida.

Este suelo ético, que a la mayoría nos parece indiscutible, no ha tenido suficiente poder de convocatoria para PP y UPyD, ausentes por decisión de partido de las sesiones que ha celebrado la ponencia de paz. Mala señal es que los enfoques estratégicos se sobrepongan a la obligación de promover una convivencia basada en valores éticos.

Por parte del MLNV, el desacuerdo con estos mínimos se ha explicado hasta ahora mediante rodeos y evasivas. Sólo la portavoz de EH Bildu Laura Mintegi se ha referido de pasada a alguno de ellos, al postular que pretender un único relato "es infantil e irresponsable". El presidente de Sortu, Hasier Arraiz, sin embargo, ha negado la mayor, al defender que la ética es individual y no debe interferir en un debate y acuerdo sobre la paz, que debe ser "sobre contenidos políticos".

Estas últimas posiciones pueden explicarse a partir de los diferentes intereses con los que participa la izquierda abertzale en la ponencia. Dejar que la ponencia asuma un trabajo fundacional en relación con los pilares éticos de la convivencia vasca del futuro sería otorgarle un papel más distinguido que el que le corresponde según la estrategia del MLNV, que desconfía del protagonismo del Parlamento y ciñe la ruta del cese de la violencia a los pasos que hayan sido previamente comprometidos con ETA.

Este diseño exigiría, en primer lugar, que de un eventual acuerdo político para la paz pudiera concluirse una determinada justificación retrospectiva del conflicto, tal como lo ve la izquierda abertzale. A la vez, conlleva que no se haga un juicio ético sobre las responsabilidades objetivas que tiene ETA -y todos los que en ese mundo alentaron la legitimidad de combinar todos los medios de lucha- en el drama que ha vivido este país.

La ética -su mera mención- estorba a los planes de Sortu y de ahí su apelación al compromiso político, entendiendo que también la verdad de lo que ha sucedido puede ser pactada en ese contexto. El consejo, de la mano de expertos internacionales como Brandon Hamber, presentes en el foro organizado por Lokarri, viene a defender la licitud de "pactar mentiras que son tolerables" en los procedimientos de resolución de conflictos. Pero el cese de ETA es uno de los logros sociales más importantes de las últimas décadas. No es un logro de naturaleza política, sino de carácter moral. No es que la sociedad vasca haya realizado una elección política descartando a ETA. No, la sociedad vasca ha dictado una condena ética. Por eso no es posible interpretar el proceso de cese y disolución de ETA al margen de ese recorrido social, buscando pactar el vaciamiento moral de los hechos que han llevado al fin del terrorismo.

Lo acorde con la verdad es que estos hechos se afiancen en nuestra memoria colectiva y en nuestro sistema de ideas y valores, a través de relatos que busquen ser fieles a lo sucedido. Lo que nos obligará a declarar que la violencia ilegítima, causa de tanto sufrimiento evitable, ha respondido a decisiones individuales y colectivas -amparadas en razones político-estratégicas- que estamos forzados identificar con claridad.