decía el otro día Felipe González Márquez, por consiguiente el ex presidente del Gobierno español más corrupto de la democracia -o uno de ellos, porque van apareciendo datos a medida que avanza el tiempo- que sobran provincias y que hay que reformar la Administración. Su conclusión era más bien la de un tipo gagá o que ya no sabe muy bien qué hacer para mantenerse, aunque sea de vez en cuando, en el candelero. Decía que sobraban las diputaciones porque para eso ya estaban los delegados del Gobierno (¿?). Y digo yo, ¿no será que lo que sobran son los delegados esos que lo único que hacen, por lo menos en nuestro caso, es vigilar si tal o cual Ayuntamiento arría o iza tal o cual bandera? González Márquez cae en el mismo error que Rajoy y que, en general, todos esos dirigentes que confunden el mandato de servicio a la sociedad con el poder que les han otorgado Dios y los mercados por sus caras bonitas: la culpa de todos los males es de los de fuera -los de fuera de Madrid, se entiende-. Y, por tanto, es mucho mejor recortar competencias en Educación, Sanidad o Cultura que amortizar unos ministerios cuyo contenido es cada vez más discutible. Es mucho mejor centralizar las recaudaciones de impuestos para así disponer de dinero con los que satisfacer las necesidades prioritarias -las de Madrid, se entiende- y después repartir las migajillas entre los demás. Por cierto, y el Senado ¿para qué sirve? Pues ya me lo explicó un venerable senador: "No os metáis con eso que no es tan caro".