¿Qué les pasa a las derechas europeas? ¿Han perdido el juicio o la decencia? Ellos, que tuvieron la oportunidad de formarse, de ser bachilleres y universitarios, ¿han olvidado la ética que aprendieron en los libros de texto? Ellos, que profesan creencias religiosas en la mayoría de los casos, ¿han olvidado a qué les debe obligar el ejercicio de la moral? Las decisiones que se están tomando como respuesta a esta crisis tienen un denominador común: son recortes que inciden en las vidas de las clases medias y bajas, provocan un crecimiento inaguantable de los índices de pobreza y abren la grieta que separa a los ricos de los pobres hasta límites vergonzosos. La austeridad se ha convertido ya en una palabra maldita que, aplicada a las rentas más bajas, produce inquietud y sufrimiento y aplicada a los opulentos -del modo remiso como se está haciendo- apenas les reduce el volumen de la calderilla.
La derecha está mostrando su auténtico rostro. Su disposición a pactar con los trabajadores las políticas del llamado Estado de Bienestar ha sido flor de unos días. En cuanto han sentido amenazadas sus fortunas las han blindado para que nadie las ponga en peligro. La actual crisis, hábilmente administrada por gobiernos conservadores, se ha convertido en una oportunidad inigualable para mantener sus reservas a buen recaudo. Las derechas más cerriles han impuesto sus criterios en una Europa que se tambalea, que no garantiza nada, ni progreso ni bienestar, a quienes accedieron a ella con la ilusión de encontrar protección y seguridad. Europa es ahora un territorio poblado de ciudadanos asustados que sienten constantemente las amenazas de unos organismos e instituciones que no rinden cuentas a ningún gobierno y cuyos dirigentes no son elegidos por sufragio, sino a través de negociaciones secretas en las que participan más los agentes económicos que los agentes políticos en los que se sustenta la democracia.
Hay quien dice que esta crisis de ámbito continental precisa de más Europa, que a la falta de credibilidad y confianza que caracterizan ahora al proyecto europeo debemos responder depositando aún más fe en Europa. Puede que tengan razón, pero empecinarse en un proyecto inacabado, que está llevando a los europeos al punto opuesto al que debía llevarles, exige al menos algo de reflexión. O Europa se redefine con parámetros actuales o no sirve como proyecto. Porque la idea de Europa excedía la dimensión economicista que actualmente tiene.
El Estado de Bienestar es el más amenazado, porque primero rebajan los impuestos a las rentas más altas con la disculpa de que es preciso activar el consumo y después se reduce el gasto público, del que viven cada vez más ciudadanos expulsados del sistema por la crisis. Se reducen la sanidad, la educación y las ayudas sociales a su mínima expresión. Se ajustan las pensiones siguiendo los infalibles cálculos hechos por economistas sin sensibilidad alguna, se reducen los periodos de cobro de las prestaciones a los desempleados, que crecen en número víctimas de una economía que, amparada en conceptos como la competitividad, busca beneficios a cualquier precio.
Los capitalistas, con la clase empresarial a la cabeza, no se avergüenzan al sugerir que la solución está en que los trabajadores laboren durante más horas por salarios más bajos. Los culpables, por tanto, son los obreros, que no sólo son tachados de holgazanes y poco productivos, sino también de derrochadores. Peor aún, quienes se van descolgando del sistema y pasan a ocupar el lugar de los subvencionados y subsidiados, pasan a llenar el amplio grupo de los sospechosos, se les tacha de desidiosos que no buscan empleo y de tramposos que caen fácilmente en las redes del mercado negro y la economía sumergida.
Va siendo tiempo de encontrar culpables, porque aunque cualquier negligente en el cumplimiento de sus obligaciones sociales es responsable de la situación en mayor o menor medida, más allá de la responsabilidad está la culpabilidad de quien se comporta de modo criminal. Recientemente, un empleado de un banco europeo (HSBC) con sede en Ginebra hizo público un listado de personas ricas de todo el mundo que tenían sus dineros depositados allí y que no pagan los impuestos correspondientes a esos dineros en sus países respectivos. Curiosamente la lista contenía nombres de españoles muy señalados y, aunque la mayoría deben ser adscritos a la derecha, también los había famosos socialistas y de otras tendencias. La lista de Falciani se ha visto completada por otro listado elaborado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, que asegura que el dinero que los ricos ocultan en paraísos fiscales alcanza entre 16 y 24 billones de euros, más del 10% del PIB mundial. Por tanto, estos son culpables directos de la crisis. Ellos y los gobiernos que no les persiguen, que les ofrecen amnistías fiscales y que eluden la imposición de la famosa Tasa Tobin sobre las transferencias y transacciones financieras internacionales.
La derecha es la principal culpable del escandaloso fraude fiscal que protege mediante silencios cómplices, leyes que favorecen a los ingresos irregulares de determinadas profesiones y amnistías fiscales. No se puede decir que el progresismo se haya empleado a fondo en tales luchas, pero las derechas se han caracterizado por lo contrario.
Alguien se sentirá tentado a pedir responsabilidades a las izquierdas europeas en el mismo sentido. Sí, las izquierdas son responsables de haber obrado con laxitud, de haber permitido casos de corrupción, incluso de haber abandonado los principios y valores de sus principios ideológicos. Pero las derechas parecen haber perdido el juicio y buena parte de la decencia.