la participación ciudadana es un concepto un tanto rousseaniano -que dirían los sociólogos- con un transfondo radicalmente democrático vinculado con los nuevos movimientos sociales y que queda divinamente en la mesa del despacho de cualquier gobernante, pero a la postre resulta un engorro. En Vitoria la idea está bastante devaluada. La participación ciudadana parece reducirse aquí -injustamente, pues en Gasteiz existen foros ciudadanos muy activos e interesante que suelen quedarse en segundo plano- a quejarse de todos los proyectos municipales -ya sea el tranvía, un auditorio, una simple obra o el cambio de dirección de una calle- o a la acción de cuatro frikis -en el mejor sentido de la palabra- que se autoproclaman pomposamente líderes vecinales y que son casi tantos como asociaciones a las que dicen representar. Javier Maroto aprovechó la predisposición de uno de estos personajillos que llevaba tiempo de ventanilla en ventanilla mendigando algún puestillo municipal para nombrarle con cierta grandilocuencia coordinador de participación ciudadana -o algo así- pero básicamente para que esos pepitos grillos de los barrios, de los que tanto se valió en la oposición el ahora alcalde, no le dieran mucho la murga. Es decir, limitó la participación ciudadana a que su fiel asesor le llevara los recados de las citas con el alcalde, hasta que dio por amortizado el oneroso puesto. Y en Vitoria seguimos igual con la participación ciudadana, que no terminamos de tener claro qué es eso, ni sabemos muy bien qué hacer con el concepto.