LA actitud de destacados miembros de la izquierda abertzale en el recibimiento tributado a los restos fúnebres de quien fuera jefe de ETA y responsable de la ruptura de la última tregua Xabier López Peña Thierry; la reaparición de pintadas en sedes de otros partidos, el acoso y los insultos al portavoz nacionalista en el Ayuntamiento de Donostia o la permisividad, cuando no apoyo, a estas actidudes que se hace patente en las declaraciones -y en los silencios- de algunos dirigentes de Sortu e incluso cierta indiferencia ante la situación general del país; parecen querer retrotraer la política vasca a tiempos anteriores a estos 18 meses en los que nuestra sociedad ha podido celebrar la ausencia de violencia. También ponen un punto de preocupación al respecto de una improbable e indeseada involución en ese mundo o en parte del mismo. En este estado de cosas, la izquierda abertzale puede pretender justificarse en el inmovilismo del Estado y del PP, la ruptura del espacio negociador noruego, la resistencia a cumplir el dictamen de la justicia europea sobre la doctrina Parot o la presión de sus bases y del entorno de los presos. Pero sucumbir a la tentación de hacerlo, como parece que viene ocurriendo, no es sino traicionar la unilateralidad de su apuesta por la utilización única e inequívoca de las vías pacíficas y, al mismo tiempo, traicionar la confianza que en ella depositó la sociedad vasca. Al menos, parte de la sociedad vasca, tal y como se desprende del apoyo mostrado en las urnas en las convocatorias electorales que han tenido lugar desde el cese de las acciones armadas de ETA. También sería la constatación de una evidente incapacidad para desenvolverse en la política con normalidad, respeto al diferente y, lo que es incluso más grave, sin la utilización de métodos coactivos. Porque pretender que cierta permisividad hacia los sectores más radicales actúa como válvula de escape frente a las contradicciones internas supone reiterar el error que ha llevado al fracaso a la izquierda abertzale en anteriores intentos de normalización y, en esta ocasión, sumiría al país y al nacionalismo en una depresión moral más insoportable aún en la actual crisis. Y de la responsabilidad de la izquierda abertzale para evitar actitudes lamentables que debían estar desterradas depende evitar el riesgo de que suceda.
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