el martes escuché: "Ha muerto José Luis Sampedro". Lo había visto hacía poco tiempo en televisión mayor, pero las personas que nos fascinan las creemos inmortales, parece que no envejecen nunca. Esta noticia tan triste para los que somos seguidores del escritor me trasladó al mes de mayo de hace unos 24 años.
Mi hijo se encontraba en Madrid haciendo un curso. Me dejó el número de teléfono de la pensión donde se alojaba para que le llamara. Así lo hice. Me respondió un señor con voz amable: "¿Qué desea?". Le pregunté por mi hijo: "Por favor, ¿Félix Sánchez?" "No, señora, se ha equivocado. Lo siento". "No se preocupe, perdone". Volví a mirar el número y marqué de nuevo. Salió la misma voz. A mi respuesta de asombro me respondió que dónde llamaba, porque me había vuelto a equivocar. "Señor, mi hijo me ha dado este número de la pensión donde está residiendo durante unos días". "Pues se lo ha dado mal, yo soy José Luis Sampedro". No me lo podía creer, balbuceé: "¿El escritor?" Y con sencillez me dijo: "¿Me conoce?" "Tanto mi hijo como yo somos admiradores de usted, por sus libros y también por su modo de ser y pensar. Precisamente estoy con envidia de él, pues me ha dicho que, como durante estos días se celebra la Feria del Libro en Madrid, se ha enterado de que usted mañana firma ejemplares de sus obras en una caseta y va a ir para que le dedique el último que ha sacado".
No me lo podía creer, hablando con mi admirado José Luis Sampedro. ¿No me estarían gastando una broma? El continuaba hablando, preguntándome el nombre de mi hijo, cuántos años tenía, a qué se dedicaba, de dónde éramos, qué libro de los suyos me había gustado más, cómo me llamaba? Le contesté con los datos que me pedía; que éramos de Badajoz, desde donde estaba llamando. Me explicó por dónde se encontraría él y a qué hora iba a estar en la Feria para firmar. Le pedí disculpas por la confusión y hacerle perder el tiempo, respondiéndome de una forma tan entrañable que, cuando colgué el auricular, me quedé como si todo hubiera sido un sueño.
No pude contactar con mi hijo, el número lo tenía equivocado. A la tarde siguiente me llama por fin Félix y lo primero que dice es: "¿Mamá, con quién hablaste ayer? He ido esta mañana a la Feria del Libro y, como te imaginarás, el primer lugar al que me he dirigido ha sido donde firmaba José Luis Sampedro. He guardado cola y al llegar junto a él estaba tan emocionado de verle que me retrasé en entregarle el libro que llevaba. Me miró con esos ojos escudriñadores que tiene y me lo cogió. ¿Cómo te llamas?' Félix. Félix, ¿qué más? Félix Sánchez Serrano. Y me dice: De Badajoz, ¿verdad? No me lo podía creer: ¡sabía cosas mías, mi admirado escritor! Parecía conocerme. Mi compañero, con cierta envidia, me dijo: Qué calladito te lo tenías. Me ha firmado el libro y ahora viene mi mayor sorpresa: me da un gran apretón de manos y, reteniéndome un poco, me dice: Dale mis más afectuosos saludos a tu madre Guadalupe y este ejemplar dedicado. Si quiere hacer algún comentario, ya sabe mi teléfono. Pero si tú no lo conocías personalmente?". "No, ni lo conozco. Pero a veces el azar juega buenas pasadas y una equivocación, al darme tú el número de teléfono de Madrid, hizo que fuera el suyo. Y en lugar de responder a mi llamada la patrona de la pensión, me respondió un señor que a la segunda vez se presentó como José Luis Sampedro. Así, de la forma más sencilla, surgió una entrañable conversación." "Desde luego, mamá, no sé cómo te las arreglas; pero te pasan unas cosas?".
Pasan los años sin darnos cuenta, pero hay sucesos y anécdotas que quedan marcadas en tu vida por la personalidad de sus protagonistas.
José Luis Sampedro hoy se ha marchado a otro lugar, pero no le voy a decir adiós. A través de su obra seguirá estando entre nosotros. Y lo recordaré como esta anécdota ocurrida hace casi veinticuatro años.