COMPRENDO que sean numerosas las personas que se han sentido molestas, por emplear un adjetivo suave, con la ocupación de la iglesia de San Francisco de Asís por parte de un grupo de jóvenes tras los actos del pasado 3 de marzo, celebrados en recuerdo de las cinco personas asesinadas por la Policía en aquel nefasto día de 1976. Vaya por delante mi desprecio absoluto por los responsables de lo ocurrido en aquella infausta jornada; alguno de ellos ya se fue sin pagar, pero aún viven otros que no han dicho ni palabra y han medrado, durante todos estos años, al abrigo de alguna empresa eléctrica antes de continuar desempeñando cargos de cierta relevancia. Dicho esto, considero que el grupo de chavales tendría que haber avisado al párroco de Zaramaga de sus intenciones antes de llevar a cabo el encierro, que se ha prolongado durante varios días con diferentes actividades con lo que ahora se denominan agentes sociales. Sin embargo, nada de esto, ni siquiera la adscripción política del grupo, que se adivina nítida y puede alimentar el prejuicio, resta valor al hecho en sí: no hablo de la ocupación del centro de culto, sino de la capacidad de compromiso y de las ganas de remover conciencias. No abundan, y son necesarias en estos tiempos de recortes, medias verdades y diáfanas mentiras. Su acción, con todos los peros que ustedes quieran, que los hay, compensa la desidia de otros muchos. Éramos así hace 30 años, al menos quien suscribe. No puede ser malo que así sean ahora. Siempre con toda paz, por supuesto.
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