casi desde la misma manaña en la que Cristóbal Colón pisó tierra en Guanahaní, la pequeña isla de las Bahamas rebautizada luego como San Salvador, nació la leyenda. Para algunos -como Ridley Scott en su 1492, la conquista del Paraíso- el marino genovés se embarcó en su aventura con el anhelo utópico de hallar y constuir un nuevo mundo diferente a las miserias cortesanas que dejaba atrás en la vieja Europa. Para otros, no fue sino el brazo armado del ansia de colonización y expolio del nuevo mundo a sangre y fuego. Posiblemente Colón -que dejó de ser él para convertirse en un producto de quienes venden su historia- no sería ni un mesías ni un explotador, o un poco las dos cosas. Algo parecido que Hugo Chávez, cuya leyenda nació ayer mismo. Para unos, el líder venezolano no es sino un caudillo populista y bananero más que se retrata en su show de Aló presidente. Para otros, el icono del socialismo redentor de América Latina y el último baluarte de la resistencia revolucionaria ante el imperialismo neoliberal. Conviene tomarse con sano escepticismo ambas proclamas, pues cometen el mismo error de trasladar miméticamente esquemas mentales de un lado a otro del charco como si entre ambos continentes no mediara un universo. Tan surrealista resulta hablar de socialismo bolivariano tomando copas en una ciudad europea como intentar disfrazar a América Latina con los corsés de la cursi democracia liberal. Hugo Chávez posiblemente no sea del todo ni un héroe ni un villano o puede que, como la leyenda de Colón, tenga algo de las dos cosas.