los escándalos en los hospitales se multiplican y vienen de esos centros donde el negocio aventaja a la salud. ¿Cuántos Stafford hay escondidos sin salir a la luz? Esa dejación de principios, materialización de lo vital o banalización de nuestro latido puede ser sólo el comienzo.

Sin embargo ese triste avance del afán de lucro o esas noticias aparentemente negativas de cambios en la política sanitaria pueden albergar también su aspecto esperanzador. La crisis puede lograr que nos hagamos un poco más los dueños de nuestros propios cuerpos y que comencemos a gestionar más nuestra propia salud. Quizás faltaba la crisis, los hospitales convertidos en grandes cajas de hacer dinero, para recordárnoslo.

A la vista del panorama de paciente-negocio, antes de ser un número más en la lista de pacientes sin voz, ni voto, ni oído, llamaremos a las puertas del misterio de los aceites y ungüentos, aprenderemos el vademecum de las mil y un plantas, los bailes de la luna, las propiedades del barro y el sol. Reconquistamos el gobierno de nuestros cuerpos. No pongan su mano en nuestros cuerpos quienes nos ven con cara de euro, quienes no vibren con sincera voluntad de servicio, con genuino anhelo de sanación. No abrirán con nosotros la caja registradora; no haremos cola mientras desenfundan la calculadora.

Honramos a tantos que visten la bata blanca con entrega y vocación. Es preciso reconocer las vidas que salva y mejora la medicina convencional, pero se mantiene el desafío de humanizar los hospitales, la necesidad de contar con el ser humano que circunstancialmente viste pijama en todo lo concerniente a su salud y terapias. Urge empequeñecer los hospitales, rodearlos de aire puro, jardines, fuentes y prados y apartar a quien vea en el enfermo una mercancía.

Tenemos que aprender a gestionar nuestra salud y recuperar el tiempo que perdimos pensando que sólo ellos y sus mil y un sofisticados aparatos nos devolverían el futuro y la vitalidad. La culpa fue nuestra, de cuando inclinamos la cabeza, de cuando nos vimos ignorantes y pensábamos que no había otra salida. A nuestros cuerpos les debemos la atención y ternura que no les dimos cuando nos ganó el miedo. Abrazar la enfermedad, mantener la dignidad o el gobierno de nuestros cuerpos, la crisis nos ha de enseñar muchas cosas.