no no es sólo que Olentzero tenga los pies en la tierra -en el sentido físico y metafórico del término-, sino que además se le ve bien aposentado, rodeado del calor de la gastronomía popular -"pipa hortzetan duela, eserita dago; kapoiak ere baitu arraultzatxuekin bihar meriendatzeko botila arduakin"- y pletórico de salud. Los Reyes Magos, por su parte, recorren a camello miles de kilómetros por los desiertos del lejano y medio oriente. Siguiendo el rastro de una rutilante estrella celeste, pero pateándose la tierra -aunque en el sentido más literal sean en realidad sus pajes quienes lo hagan- y sorteando inhóspitas fronteras por esos caminos de Dios, como lo acaba de hacer nuestro descreído pero comprometido compañero Guillermo Nagore durante más de 7.000 kilómetros hasta su emotiva entrada en la ciudad vieja de Jerusalén. Y sin embargo siempre me llamó la atención que Santa Claus viajara alegremente volando por el aire, como ajeno al mundo, sin necesidad de pisar la nieve ni pringarse en el barro de la mundana realidad. Es verdad que tirar del trineo en medio de la tempestad, pelear el paso con la nieve y arrastrar de los lastres -esas cargas que se suben cómodamente al carro en lugar de tirar de él- resulta mucho más duro que volar entre el idílico mundo de las estrellitas, donde no existen miserias. Pero no es menos cierto que apechugar curte más, crea estrechos vínculos entre los renos o huskys siberianos que arriman el hombro y sobre todo, para bien o para mal, se pisa la realidad, con los pies en la tierra, como Olentzero o los Reyes de Oriente.