malos tiempos estos para la lírica y para sobrevivir. Ahí están los griegos que rebuscan en la basura, que no encienden la calefacción aunque haga frío, que no van al médico aunque estén enfermos y racionan la comida hasta el extremo de que aparecen síntomas de desnutrición. Están deprimidos por dentro y por fuera, y son tan europeos como los alemanes. Tanto como los que consideran que deben pagar ellos su deuda sin atender a más consideraciones. Y atisbamos quienes serán los siguientes.

Pero junto a las circunstancias está la capacidad de arrostrarlas de una u otra manera. No sólo hay que destacar los suicidios -siguiendo con el ejemplo griego- ante el desahucio de la vivienda. También es noticia quienes, con las mismas penurias, son capaces de sonreír viviendo la tragedia de otra manera; es decir, sin hacerse daño añadido. Porque no es lo mismo ser alegre que estar alegre.

Existe la alegría externa marcada por la jovialidad del momento, la luminosidad del día o por ver cumplida alguna ilusión. Sin embargo, este ánimo es de efecto pasajero, pues nace y existe alrededor del acontecimiento que promueve la alegría tanto como la eclipsa: la creación artística, la práctica de un deporte o una fiesta. Todo esto nos provoca estar puntualmente alegres.

A veces llamamos alegría a la actitud de quien huye de su tristeza interior a base de engañar a los sentidos de manera poco recomendable (como recurriendo al alcohol o drogas). Pero existe otra verdadera alegría más profunda y estable que proviene de nuestro interior, que no depende de las circunstancias externas para manifestarse con fuerza hacia el exterior. Esta segunda alegría es consecuencia de un estado anímico que todos podemos cultivar para vivir saludablemente. Es mucho más valiosa porque contagia su fuerza a todo lo que le rodea palideciendo los sentimientos de aflicción, aburrimiento y tristeza. Por eso no decimos en este caso que la persona está alegre, sino que es alegre, como una cualidad de su existencia. Eso sí, ambas alegrías son perfectamente compatibles.

En esta sociedad materialista cuan incomprensible de entender resulta que, en medio de sufrimientos, es posible experimentar algo diferente al resentimiento, impaciencia, abatimiento, rebeldía, rabia y mal humor. De hecho, nuestra sociedad tiende a ocultar la imperfección y la finitud, el dolor, la vejez y la muerte, incapaz de asumir que la actitud de rebelarse contra situaciones irreversibles que causan sufrimiento solo consigue agravarlo. Tampoco estamos sensibilizados en la cultura de querernos y querer a los demás. Nuestro patrón es la insolidaridad, el interés calculador y la indiferencia con los más necesitados. Con estos mimbres, la alegría tiene difícil encaje.

Trabajar adecuadamente la alegría es mucho más que lograr un buen talante. Está demostrado que la alegría y su medicina del sentido del humor es un antídoto contra la ansiedad y el desánimo aun en tiempos de crisis y tristeza existencial donde lo que se quiere prevalece sobre lo que se debe, sin ojos ni entrañas para los demás. Nuestra idea de felicidad está demasiado tutelada por el principio de la posesión (de cosas o personas) que nos aleja de las verdaderas fuentes de la vida plena.

No obstante, la nube diaria de titulares negativos no puede ocultar los muchos signos y evidencias que destilan alegría por los cuatro costados: personas que se aman, miles de voluntarios que dan su tiempo para generar oportunidades y esperanza en los demás, pruebas de amistad, de solidaridad o de superación personal.

Personas que siembran y recogen alegría a raudales, aunque son vistos como rarezas imposibles de emular, tal es la triste deriva de quienes se han acostumbrado ya a la incapacidad de sentir alegría incluso en el placer (anhedonia). Estoy triste o soy triste; esta es la cuestión para quien quiera dedicarle una repensada y convencerse de que es posible ser alegre también en este tiempo en que nos ha tocado vivir de noche pero con millones de estrellas luminosas entre nosotros.