hay fechas que han marcado esta crisis: en abril de 2007 comenzaron a estallar las burbujas inmobiliarias norteamericana y española, en setiembre de 2008 quebró Lehman Brothers y en marzo de 2009 se intervino la CMM. Pero además de estos eventos singulares ha llovido mucho y han pasado muchísimas cosas, la mayoría malas.
La sensación de problemas de verdad, que afectan a las personas, nunca ha sido tan evidente como ahora. Más del 25% de personas en paro, el 21% de la población por debajo del umbral de la pobreza, creciente número de españoles que tienen que emigrar, recortes, deudas de las administraciones, huelgas y hasta suicidios. Esto no puede seguir así. El control del déficit es importante, pero no lo es más que la calidad de vida de los ciudadanos, por no preguntarse cómo es posible comparar cualquier medida económica con la vida de las personas.
Las soluciones para salir de esta larga crisis son extraordinariamente lentas. Y aunque cada día que pasa estamos objetivamente más cerca del final, el camino es extraordinariamente tortuoso y lleno de espinas. Este ciclo de vacas flacas pinta que será de los largos, de entre 7 y 10 años.
Hace falta una ilusión, un aliciente para seguir luchando. La travesía de esta crisis es extraordinariamente dura y además el final parece que se aleja. Es como correr una maratón cuya distancia aumenta cada vez que cruzamos una meta volante.
La solución del sistema financiero está razonablemente encarrilada, si bien aún queda más o menos un año para tener todas las piezas en orden, y al menos hará falta otro más para que fluya el crédito. El mercado inmobiliario es paupérrimo, aunque la venta de viviendas lleva dos meses con levísimos repuntes. El que no se consuela es por qué no quiere. Y debemos querer.
El aire está trufado de demagogia, tanto que hay quien ofrece la curación del cáncer ligada a la independencia o quien vincula la dación en pago con el final de los desahucios, cuando lo que se pierde es la vivienda. No es nada nuevo, la historia nos enseña que en momentos de turbulencia se lanzan mensajes de escasa profundidad intelectual cuando no de dudosa ética.
Desde mayo estamos virtualmente rescatados, pues nuestra economía está bajo severa vigilancia europea. Estuvimos a punto de estar al 100% rescatados en julio y ahora nos encontramos en una extraña situación transitoria, casi rescatados, pero aún no, gracias a la relativa relajación de los mercados derivada de las declaraciones del presidente del BCE, Mario Draghi, en julio.
Las guías de nuestra política económica se definen en el 700 de la calle 19 de Nueva York o en el Fondo Monetario Internacional y se aplican desde Berlín y Bruselas. Se están usando recetas que fueron probadas en países del tercer mundo que tenían que refinanciar su deuda y aunque el caso de España es totalmente diferente, el antibiótico que nos suministran es el mismo. De momento sólo sirve para caer más en la recesión y en la depresión económica y social.
Pero las crisis financiera, inmobiliaria y de deuda son sólo piezas colaterales de un puzzle que debería estar centrado en los ciudadanos, en las personas, y a veces parece que no lo está. Ya sabemos que el dinero se derrochó en el AVE, aeropuertos, pabellones deportivos e instalaciones culturales faraónicas, que las empresas se compraron lo que no podían comprar o que los particulares creímos que éramos ricos. Pero poco o nada se puede hacer por recuperarlo. Llevamos demasiado tiempo llorando por la leche derramada y las políticas de austeridad se demuestran improductivas, cuando no contraproducentes en épocas de crisis.
Hay que levantarse como sociedad y volver a andar. Debemos creer que hay un futuro porque de lo contrario lograremos que no exista. Esta Navidad, muchas personas no tendrán paga extra, es verdad, pero quien pueda, que gaste y ojalá comparta. Hay que mover la máquina de la economía entre todos. Si el Estado no puede o no quiere, cegado por la contención del déficit, los ciudadanos hemos de hacer lo posible. Si el dinero no corre seguirá habiendo más paro y caeremos en la depresión social más absoluta. Es momento de la solidaridad activa pero también de la inducida.
Las movilizaciones sociales que estamos viviendo son manifestaciones de impotencia. Estamos indignados, enfadados o cabreados, pero no sabemos cómo salir de ésta. Los políticos no hacen más que recortar y huir hacia delante. Parece que eso de agotar las legislaturas es algo del pasado. Si nos unimos para protestar, para decir no a muchas cosas a las que merece la pena decir no, deberíamos unirnos también para construir.
Hay que recobrar la autoestima, la ilusión de hacer cosas y tratar de sacar el país adelante. Nuestros políticos, con sus recortes y hachazos, no lo van a hacer. Deberían ponerse el vídeo de la victoria de Obama para inspirarse. Puede que sea más teatral de lo que estamos acostumbrados, pero rezuma liderazgo y energía, algo de lo que por estos lares no andamos sobrados.
En esta crisis, EEUU está dando una lección a Europa. Saneó a golpes y con mucho dinero sus bancos, llevó a la suspensión de pagos ni más ni menos que a General Motors. Y ahí sigue, con su abismo fiscal y sus problemas, pero con muchísimo menos paro que en Europa y mirando adelante. Europa no es América, y en ocasiones es bueno que seamos diferentes, pero no podemos seguir dormidos. Y dado que carecemos de líderes ilusionantes, es la fuerza de los ciudadanos la que tiene ser tractora del cambio.