EL libro electrónico está de moda, aunque haya personas a las que les suena que la escritura más antigua apareció hace seis mil años en forma de tablillas pictográficas y que el primer libro electrónico nació en 1945, aunque fuese un aparato poco práctico, como casi todas las primeras versiones de los grandes inventos. Ni surgió ayer ni el uso arrinconará al libro de papel en el baúl de la historia. Como tampoco se han cumplido unas cuantas profecías científicas respecto a la fecha de defunción del libro.

En cambio, lo que sí parece que se cumple es el principio general de la comunicación por el que un medio no desplaza a otro, al menos a corto plazo, y más cuando el segundo ha demostrado desde Gutenberg la fuerza que tiene. Aquellos convencidos de que el libro electrónico acaba de aparecer para convertir en obsoleto a los libros de papel, también se asombrarán de que los norteamericanos, en plena consolidación de los ordenadores, producen y consumen más papel impreso que nunca.

Con esto no quiero minimizar las indudables ventajas que aporta el libro electrónico, empezando porque veo en ellos la solución para leer libros estupendos ahora descatalogados; unos ya están disponibles en la versión e-book, gracias a que no tienen derechos de autor de por medio; y otros, pronto podremos disfrutarlos en cuanto las editoriales calibren el favorable impacto económico que tiene poner ciertos títulos a disposición on line. Incluso ahora es posible realizar un pedido electrónico y tener tu volumen impreso y encuadernado; y maquinitas encuadernadoras que se pueden conectar a un ordenador o una impresora.

Jean-Phillipe Tonnac afirma en el prólogo del libro Nadie acabará con los libros. ¿Acaso las películas han matado a los cuadros?, ¿o la televisión al cine? No nos equivoquemos: no existe pantalla de ordenador que resulte tan gratificante como un libro de papel. Sin hablar de quienes les gusta el libro tanto en su lectura como en su posesión física, con ese toque tan bibliófilo de fetichismo y coleccionista.

Gracias a la masiva reutilización ecológica de sus materiales, el gran rival del libro de papel ahora es el espacio, ay. No hay buen lector que se precie que no tenga sus quebraderos de cabeza con el espacio que tiene para sus libros. Mientras que los metros cuadrados de la vivienda no cambian, el espacio cúbico de los libros va inexorablemente en aumento, y a muchos nos ha llegado la hora de seleccionar y obligarnos alguna vez a sacar un volumen de nuestra biblioteca cuando acogemos a un nuevo ejemplar, con la excusa de que las bibliotecas públicas se merecen donaciones particulares, que la traducción es horrible o que el tiempo aleja el interés que pudo tener determinado autor o escrito. Por supuesto que el argumento se hace intolerable a muchos amantes de los libros, pero la dictadura del espacio es aún más dura, so pena de acabar con columnas de libros hasta en el cuarto de baño (tengo datos). He leído que Umberto Eco ha realizado un detallado análisis sobre el coste que a él le supone cada nuevo libro que acoge en su magna biblioteca de papel, y el resultado es como para pensárselo.

Aun así, frente al reto del espacio, el escritor italiano nos descubre que el libro tiene en el papel una de sus mejores ventajas frente a la tecnología. En efecto, aún podemos leer un texto impreso hace 400 años pero ya no podemos visionar una simple cinta de vídeo o un CD-ROM de hace apenas algunos años, a no ser que vayamos almacenando reproductores para conservar contenidos que no fueron copiados al nuevo sistema de turno, en esta loca carrera mercantilista en la que la tecnología tiene tanto de ventaja como de exigencia.

A quien mejor le está viniendo esta nueva moda de lectura electrónica es a las universidades, por la capacidad ilimitada de difundir el conocimiento y estratificarlo, ampliando el campo de posibilidades de consulta de manera fácil y cómoda a través de un motor de búsqueda sentado tranquilamente en tu casa. Las publicaciones científicas, cada vez más caras de mantener la suscripción a varias de ellas, ahora encuentran un cauce de comunicación e interrelación eficiente.

Bendita coexistencia. Con todo, quienes venden soportes electrónicos bien saben lo mucho que han de cuidar no solo su técnica para que logremos disfrutar varias horas frente a la pantalla sin quemarnos la vista, sino todo aquello que nos conecte con un libro de verdad. En este sentido, las iniciativas son ingeniosas, como la idea que puso en marcha la editorial CafeScribe hace tres años (me parece que en Francia), en su intento por vencer las resistencias de los estudiantes universitarios a los libros de texto electrónicos, sacando "el primer libro electrónico con olor". Parece ser que los estudiantes asociaban el olor mohoso a viejo con los libros que más les habían gustado. Así pues, con cada libro de texto electrónico adquirido, la editorial regalaba una pegatina para frotar y oler el rancio olor libresco a "libro viejo" que no se quiere olvidar; como se lo cuento.

No hay duda de la reinvención del libro, que se aleja de su más que cantada desaparición y damnatio memoriae. Claro que leeremos algunas cosas en soporte electrónico y seremos más selectivos con el libro de papel, pero por muchos años.