Uno de los divulgadores de la naturaleza más prestigiosos del mundo, Sir David Attennbourgh, sentenciaba hace años: "Si los gobernantes no toman medidas lo hará la naturaleza por nosotros y será desastroso".

Este pletórico anciano defensor de la biodiversidad denunció además que "lo más grave y peligroso está pasando en los océanos". Consciente de que todo interactúa a través de la ley de la causalidad -"corta una flor y se estremecerá una estrella"-, ya nos anunciaba tsunamis oceánicos como el de Indonesia o Japón.

Un rasgo del instinto por el cual aves y mamíferos de tierra y mar sintonizan con la voz del planeta es la resonancia. A través del oído interno reciben con antelación el anuncio de terremotos y huyen. Atraídos por otras emisoras, los humanos desconectados de esa voz y sucumbimos.

Si del respeto hiciésemos ley de vida, como predicaba Epicúreo -"la sabiduría está en la moderación y conocimiento de los límites"- no estaríamos tan perdidos. ¿Acaso no dijo Einstein que el avance científico será progreso humano sólo cuando maduremos educación y ciencia dentro de límites observables en la naturaleza?

Pienso que no nos corresponde llegar hasta la fisión del átomo para generar energía, violando la parte divina de la materia. Si nos hemos salido de los límites de la mano de Dios, nos toca decrecer para poder hallarnos.