Por amor a la verdad, tengo a bien impugnar el artículo del teólogo José María Castillo La escandalosa tolerancia de Jesús, publicado en DNA el pasado jueves 31 de marzo, no tanto por la falsedad de algunas de sus afirmaciones, sino por la parcialidad de su análisis.

La religiosidad de fariseos y sacerdotes judíos en tiempo de Jesús era falsa, formalista e hipócrita. La religión judía, como su hija directa la islámica, se atiene a cumplir una serie de ritos formales, fuera de los cuales cada uno hace lo que le viene en gana. Son ambas religiones intolerantes con todo aquel que no cumpla dichos ritos y aquellos antiguos judíos no eran nada religiosos, como Jesús se encargó de recordárselo (Mt. 15,8).

Jesús no andaba con "publicanos, meretrices, mujeres, samaritanos, extranjeros y endemoniados" por el hecho de ser tales. Ni andaba exclusivamente con ellos. Ni toleraba los pecados y errores de esos con los que andaba. Jesús no era tolerante con el pecado ni con el libre pensamiento: "Irán unos al tormento eterno, más los justos, a la vida eterna" (Mt. 25,46). "Id por el mundo y predicad mi evangelio? el que no creyere, será condenado" (Mt. 16,15). Jesús acogía a los ex pecadores, penitentes y arrepentidos.

La religión no tiene derechos. Es Dios quien los tiene y nosotros deberes para con Él. Jesús no vino a destruir la ley de la religión, sino a darle cumplimiento (Mt. 5,17) con una nueva alianza, una nueva Iglesia y un nuevo sacrificio. En su artículo, Castillo habla de la religión como si sólo hubiese una o como si todas fuesen iguales. Lo cierto es que un solo Dios verdadero exige una sola religión verdadera, que es la de Cristo y sus apóstoles. Fuera de ella, nadie se salva. (Mc, 16,15) (Lc. 10, 16) (Jn. 3,18).