EL mayor terremoto jamás registrado en Japón, que alcanzó una escalofriante magnitud de 8,9 en la escala de Richter, sacudió violentamente el país asiático el pasado viernes y provocó un devastador tsunami que arrastró personas, casas, vehículos, industrias y cuanto encontró a su paso y sus efectos, tras cruzar todo el oceáno Pacífico, se sintieron en las costas de América. El resultado de la catástrofe, aún provisional, es de más de un millar de muertos, centenares de desaparecidos, hogares, fábricas e infraestructuras destruidas, millones de dólares de pérdidas y una sensación de terror generalizado entre la población. Sobre todo, si se tiene en cuenta que Japón es con toda probabilidad el país mejor preparado para afrontar los efectos de un terremoto al haber tomado medidas de seguridad, sobre todo en la construcción de edificios e industrias, ante la conciencia de estar situado en una zona propicia para los seísmos. De hecho, el temblor del viernes no fue directamente el causante del mayor número de víctimas, sino el maremoto que se produjo con posterioridad al seísmo. Lo cierto es que un temblor de similar o menor magnitud en otras zonas del planeta (el de Haití del año pasado fue de 7 grados y causó decenas de miles de muertos) hubiese sido catastrófico. Lo que no significa que no se pueda mejorar aún más en la seguridad, sobre todo en las zonas de la costa. Ya no se trata solo de que los edificios resistan importantes sacudidas, sino de evitar, o al menos prever con suficiente antelación y con sistemas eficaces de alarma y evacuación, las gigantescas riadas en las que culminan los tsunamis. Hay otros dos elementos colaterales que conviene analizar tras el terremoto de Japón. Uno es las graves consecuencias económicas que sufrirá el país asiático, que había sido duramente castigado por la crisis y cuya recuperación ahora está más en cuestión y para la que necesitará ayuda exterior en un momento delicado para todos. La otra es, si cabe, más grave. Aunque se desconoce aún la situación real, es evidente que se ha producido algún escape radiactivo en centrales nucleares a causa del terremoto. Aunque las autoridades niponas y nucleares tratan de tranquilizar a la población y de rebajar la alarma, lo cierto es que el miedo está más que justificado y vuelve a reabrir el debate sobre la seguridad en estas instalaciones.