La nefasta política de sumisión a los dictados de Washington que siguen los gobiernos de la Unión Europea constituye un insulto a los pueblos que en Oriente Medio luchan por liberarse del neocolonialismo y de la ocupación sionista de sus tierras. En los años 70 no hubo escrúpulos en besar la mano del Sha ni en los años 90 para ofrecer mansiones a la monarquía saudí en Marbella, pero el alineamiento pro israelí de gobernantes como Nicolás Sarkozy o Ángela Merkel es de una gravedad que pone a Europa en un lugar que no le correponde.
Estas semanas se están desarrollando importantes acontecimientos en el mundo árabe-islámico, pero nada se está hablando de una nación que desde hace años se ha convertido en la nueva puerta de Brandemburgo para las potencias occidentales: Líbano.
El movimiento Hezbolá es, junto con el Gobierno de la república islámica de Irán, el principal motivo de procupación para el eje EEUU-Israel. En una entrevista concedida a Noam y Carol Chomsky, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, dice que "casi tres cuartas partes de todos los libaneses, tanto cristianos como musulmanes, nos apoyan y apoyan nuestro papel en la defensa del Líbano". Este país constituye hoy una frontera cultural, pero no en el sentido del choque de civilizaciones que propagara Samuel Huntington.
El Occidente cristiano y el mundo árabe-islámico pueden y deben fecundarse mutuamente. Es frontera porque es el escenario en el que se contraponen dos tipos de hombres: los arrogantes, encarnados en las fuerzas de ocupación israelíes y norteamericanas, cuyo objetivo es dominar el Oriente Medio, y el mundo y los humillados, que resisten con profunda fe en Dios y dispuestos al sacrificio por los más humildes.