respeto el trabajo que realizan tantos y tan buenos profesionales del cine español porque sé que el esfuerzo es bárbaro, pero está claro que estamos ante una crisis de identidad, una identidad que Francia o Italia sí tienen. Tenemos destellos de lucidez, pero ya se encarga la política, la farándula, nuestro carácter y otros factores de oscurecerlo todo. No sólo hace falta talento, sino un poco de autocrítica.
La Ley Sinde podría operar en el viejo far west, pero no hoy en día, cuando Internet es un vasto y extenso lugar, inhóspito en ocasiones, feroz, cruel y maravilloso, pero libre. Libre como era Monument Valley cuando los navajos perseguían diligencias de rancios ocupantes, libre como cuando Toro Sentado relataba cuentos ancestrales a los pequeños sioux al calor de la lumbre, libre como cuando Jerónimo gritaba al galope caballos salvajes de ausente montura. Libre como cuando los tramperos competían con los crow por el mejor coto de caza, libre como la fiebre del oro, la conquista del oeste, el sonido de los bisontes, los desayunos entre carretas y el aullido de los coyotes en el atardecer de cactus y escorpiones.
Internet es el Oeste del siglo XXI, en donde coexisten bandidos, exploradores, cazarrecompensas, indios, vaqueros, schériffes, cuatreros, ejércitos, buscavidas, rángers, ruedas de paja, ranchos por edificar, abrevaderos, whisky, saloones, confederados y yankees, y no pocas serpientes de cascabel. En este panorama, el cine español ocupa el espacio de ese fuerte en medio del desierto, un fuerte que protege un tesoro, un fuerte inexpugnable protegido por cañones de política, vigías empresariales, fosos cercados de publicidad, estacas afiladas de subvenciones y torretas de favores a cambio. ¿Quién acabará derribando esos muros de apariencia y falsedad?
Llegará la juventud de Mississipi, el carácter de Wayne, la ambición de McQueen, la ironía de Newman, el sudor de Van Cleef y la mano fría de Eastwood para empuñar un revólver que dispare el viento del pasado almeriense y derribe la hipócrita alfombra que cubre este fuerte del cine español, más debil que nunca. Tal vez sea entonces cuando, adentrándose en sus mazmorras, se descubra el ansiado tesoro. Dudo que quede algo, pero aunque sólo sea polvo, habrá merecido la pena el intento. Alex de Church ha intentado ser el reverendo de esta historia, jugando a ser un Eli Wallach devaluado, faltando a su lado El bueno, ése al que todos esperamos, se ha quedado el feo y la mala.
Mikel Navarro