DICE uno de los credos que preside el ánimo de la industria masculina que si algo no está estropeado, no se debe arreglar. Trazando un símil, en política algunos podrían pensar lo mismo. Lo que se llevaba anunciando desde hacía meses ya se ha producido. La fotografía de los estatutos de la nueva formación con la que la izquierda abertzale ilegalizada quiere concurrir a las próximas elecciones ya está encima de la mesa. La presentación por parte de Batasuna del documento de su nuevo partido ha abierto un escenario en el que se "rechaza cualquier violencia de ETA si la hubiera". ¿Estamos ante un hecho nuevo?, se preguntan muchos ciudadanos ahora. Desde un punto de vista político, cabría apreciar dos matices. Primero, observado desde dentro, nos encontramos según sus propios protagonistas ante una decisión "meditada". En este sentido, es verdad que la izquierda abertzale estaba esperando desde el pasado mes de junio a que ETA respondiera a su reclamación, materializada en un acto público en Gernika, de un alto el fuego permanente y verificable, como antesala a un final definitivo de la violencia. El comunicado del 5 de septiembre, en el que se limitaba a anunciar el cese de los atentados, no colmó las expectativas de la izquierda abertzale radical y decidió seguir su camino, abriendo un debate interno sobre la constitución de un nuevo partido. Una formación que hoy ya conocemos pero que tuvo su antesala en Navarra, cuando el 27 de noviembre en un hotel de Pamplona el nuevo referente de Batasuna, Rufi Etxeberria, eludiendo a ETA, dejaba encima de la mesa los principios fundacionales.
No es la primera vez que la izquierda abertzale hace esta lectura. Ya en un documento redactado tras los comicios del 1 de marzo de 2009 y titulado Línea política de futuro y valoración de las elecciones en la CAV dedicaba un capítulo a los llamados pasivos políticos. En él, sin citar a ETA ni una sola vez y a lo largo de 12 folios, subrayaba que los cambios sociales que se estaban produciendo en Euskadi perjudicaban su estrategia.
Dos años más tarde y analizada desde fuera la decisión de crear un nuevo partido que se desvincule de la violencia, resulta histórico que quienes hasta hace no mucho justificaban a la banda, afirmen ahora su voluntad de hacer política sin su cobertura e incluso, hablen de justicia para las víctimas. Por eso, desde este mismo momento, la meta para la transición emprendida por Batasuna deja sin miramientos de un lado a la banda. Desconocemos si esta sabía lo que dirigentes como Rufi Etxeberria iban a anunciar pero si no era así, la deja, en plena tregua, herida de muerte. Algo que nos obligaría a estar muy atentos también a su próximo comunicado.
La meta para la transición emprendida por Batasuna deja de un lado a la banda, vuelve a coger del suelo el tan exhibido "ramo de olivo" de Otegi ante 15.000 seguidores incondicionales en Anoeta en 2004 y abre un nuevo posible ciclo de representación en las instituciones. Con el reajuste en el mapa de fuerzas que eso conllevará. No podemos olvidar que la izquierda abertzale radical ha perdido a un 33% de sus electores en los últimos cinco años fugándose estos a Aralar (ha pasado de un escaño en 2005 a cuatro en 2009) u optando por la abstención. La ausencia de la ilegalizada Batasuna en las municipales de 2003 por ejemplo favoreció la mayoría absoluta de PNV y EA en las diputaciones de Bizkaia y Gipuzkoa, una preeminencia cuestionada si la izquierda abertzale consigue presentarse con normalidad a las urnas. (...)
La izquierda abertzale radical lo tendría más fácil si ETA desapareciese. Sabe que dispondría de representación suficiente en las instituciones para condicionar el día a día. Lo comprobamos en 1998 con la marca Euskal Herritarrok, los 14 escaños que consiguieron en el Parlamento vasco, un 17,91% de los votos y 224.001 papeletas. La izquierda abertzale se convirtió en la tercera fuerza de la Cámara. Igual que en 1999 en Navarra con 8 representantes. Lo decía recientemente Otegi en una de las entrevistas concedidas desde prisión: "Cada tiempo exige unas formas organizativas y de lucha específicas. Y ahora para obtener los mismos objetivos ha llegado el momento de superar definitivamente el ciclo politico-militar". El problema es que tanto la izquierda abertzale como ETA han vivido una readaptación permanente y la falta de claridad les ha perjudicado. De hecho, la ambigüedad ante el terrorismo de ETA ha sido la razón por la que Batasuna no ha encontrado representación plena en todas las instituciones (en Euskadi tiene 337 concejales y gobierna a través de ANV en 15 ayuntamientos con mayoría absoluta y en Navarra hace lo propio en 9 consistorios). Y ellos lo saben. Son conscientes de que no tienen más representantes por su falta de claridad ante ETA y que corrían el riesgo de desaparecer. Por eso están dando los pasos.
A partir de ahora ya sólo queda que desaparezcan las armas con la presión también de Batasuna hacia la banda. Esos son parte de los hechos que se le piden. Y con ese nuevo escenario, sin ETA, podremos comprobar cómo el País Vasco muestra sus virtudes. Muestra que es posible ver en el Congreso de los Diputados una formación independentista vasca que condene la violencia. Demuestra que en lo económico y en plena crisis, movimientos como el cooperativismo inyectan fuerza en los mercados o que empresas como CAF consiguen una cartera de pedidos superior a los 5.000 millones de euros. Que en lo gastronómico o en lo cultural figuras como Fito, Aduriz, Arzak, Berasategi o Arbelaitz son nuestra tarjeta de visita. Que en lo deportivo, figuras como Llorente, Xabi Alonso, Edurne Pasaban o Patxi Usobiaga, nos representan. Que en lo innovador, las tres capitales brillan. Como Bilbao en la Exposición de Shanghai, Vitoria habiendo sido elegida como capital verde europea en 2012 y San Sebastián por su carrera de fondo hacia el mismo título en 2016 pero en el ámbito cultural. Un ámbito con una literatura en la que los clásicos, en lugar de llamarse Cervantes, viven en nuestro pueblo y se llaman Atxaga, Kirmen Uribe o Anjel Lertxundi. En definitiva, ahora sólo nos queda empezar a pensar en el día después de ETA.
Decía el sociólogo Max Weber que el político profesional debe reunir como mínimo tres cualidades: la pasión, el sentido de la responsabilidad y la mesura. A lo que quien fuera canciller alemán desde 1974 hasta 1982, Helmut Schmidt añade en un reciente libro: "Al político profesional hay que exigirle ante todo que pueda ser responsable de las consecuencias de sus decisiones y acciones. No sólo tiene que hacerse responsable de las consecuencias que persigue, sino también de las no intencionadas". Pues eso.